Bonita Beach, Florida |
de campaña.” Isaías 40:22
No hay sensación más sublime y conmovedora que poder observar la puesta del sol desde la arena. El crepúsculo le da la bienvenida a la noche mostrando, de nuevo, un espectáculo grandioso que sucumbe lentamente en el horizonte.
El olor añejo del salitre se expande por la costa y la ribera, mientras los colores del cielo revelan una estela de suaves y misteriosos matices: rojo, amarillo, grises… Como la paleta de un pintor en donde los colores se mezclan y revelan un sinfín de tonalidades, así se presenta la noche dando inicio a un nuevo despertar lleno de esperanza.
Los últimos rayos del día, se esparcen sobre la plácida tersura del agua, y el resplandor del sol flota sobre la superficie cálida como una sirena reposando en el mar. Mi alma se estremece cuando el fulgor del cielo desaparece despacio, silente –como buscando un arrecife dentro del mar– y observo el perfil del mar perderse en la lejanía, como los días y las horas de amplio soñar.
Oh qué hermosa es la tarde que desvía mi estado sombrío, qué maravilloso regalo interviene en mi nostálgico sentir. El ocaso levanta mi alma, como un resorte aviva mis huesos renovando mi mente y retirando el cansancio. Cuando la venida de la noche espabila mi sueño, y el cantar de los grillos, aumenta mi nostalgia, escucho el arrullo de las palmas recordándome la imagen del amor.
Sin ser poeta, la poesía llega hasta la profundidad de mi alma, sin ser cantante mi voz se alza como la aurora vinida del norte: soplo tibio, céfiro azulado, aura, brisa y viento. Cuando suelo estar sentada en la arena, observando las estrellas brillar en el cielo, siento un contento, más allá del mar, más lejos del firmamento, más allá del dolor.
“¿Quién ha medido el océano
con la palma de la mano, o calculado con los dedos
la extensión del cielo?”
Isaías 40:12
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