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domingo, 3 de enero de 2016

Santa bendición

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Santa Bendición
“Bendeciré al Señor a todas horas; mis labios
siempre lo alabarán.”

 
                                                  Salmo 34:1

 
Queridas amigos ya terminó el año 2015 y aquí estamos en el umbral de un nuevo año deseando con vehemencia que el mismo este repleto de bendiciones y de bien.  No hay que temer cuando comienza un nuevo período de tiempo, no hay que hacer ninguna resolución drástica para cambiar los hábitos y transformar los caprichos porque, la decisión o la voluntad de alterar ciertas cosas de la vida, solo depende de Dios, nuestro Señor.

Pero, por supuesto, cuando un nuevo año arriba y se despliega frente a nosotros con esa determinación de ser el mejor año de nuestras vidas, el más esperado y el más misericordioso, le damos paso a la ilusión de que va haber renovaciones que rejuvenezcan y renueven nuestra existencia.

La Santa bendición de Dios regresa todos los días y se extiende en medio de todos las exaltaciones y las confusiones diarias y, a través de todas las contiendas que suelen hacer un espacio de ofuscación en nosotros, la bendición de Dios reina sobre toda iniquidad.

Pero Dios, que bendice y protege los más íntimos momentos con que solemos decir y contradecir las circunstancias que nos agreden y nos desarmonizan, Él nos prepara para bendecir a nuestros semejantes.
Asimismo Él nos da la oportunidad de transmitir a otros la plena abundancia y la gracia como si fuese el mismo Dios quien les otorgara, a otros, la esplendidez de ser bendecidos. Dice la Palabra de Dios en Génesis 12:2 lo siguiente:  «Con tus descendientes voy a formar una gran nación; voy a bendecirte y hacerte famoso, y serás una bendición para otros.»

Cuando bendecimos a otra persona le estamos deseando todo el bien conforme a todo lo justo y perfecto que proviene de lo alto. Recordemos que al bendecir acertadamente a otro ser, le estamos concediendo y estableciendo  la Gracia que Dios que ya de antemano Él nos proporcionó a nosotros, ya nos las concedió en bandejas igualmente rebozadas de bienestar.

¡Qué maravilloso es bendecir! Cuanto más nos favorece en lo personal el obsequiar unas palabras de buena voluntad a aquellos que sin saber necesitan del auxilio poderoso de Dios.  Porque quizás el prójimo no sabe o no entiende el significado espiritual de esas poderosas palabras que encierran la fe y la concordancia divina.   Que extraordinario es poder tener la virtud de expresar que lo mejor que sale nuestras bocas es para la enaltecer aquel o aquella a quien bendices.  

Debemos de eliminar la maldición que sale de nuestros labios, ahora mismo.   Tenemos que examinar y corregir todo  disparate que se expresa para perpetuar la desgracia, el infortunio, la aflicción y el daño que se pronuncia al hermano a través de las palabras.  Sin desear o quizás sin pretender el mal hacia otros, estamos quebrantando la salud, la dicha, la honra y la prosperidad a otro ser humano. 

Cuando bendecimos a una persona en espíritu y verdad, quiero decir, de corazón, le estamos dando paso a la Gracia  de Dios y al favor y amparo divino del Padre Celestial. Cuando promulgamos en voz alta las palabras: "Dios te bendiga" estamos abriendo un puente frente al Señor, estamos, de igual modo, confirmando y declarando que la plenitud de la vida sobre otro ser sea bendecida en abundancia tal como nosotros deseamos que nos bendigan. Por medio del bendecir se proclama, de corazón, la máxima dicha que un ser humano es capaz de obsequiar...

¿Porqué es tan fácil decir indignas palabras al prójimo, cuando en verdad tenemos la obligación de bendecir? ¿Somos —quizás utilizados por el maligno—? llevados a pregonar afrentas y perjuicios hacia otros cuando en realidad lo más generoso es decir palabras que traigan prosperidad y amor.

No, no, nosotros somos más que eso; no podemos por ningún concepto ser portadores de frases que hundan y desmoralicen a otro ser humano.  Somos hijos de Dios, retoños del Padre, herederos de paz, de misericordia, hombres y mujeres que honran el bien en todo momento. Ahora y siempre proclamemos la Santa bendición diciendo: AMÉN, así sea. Quien declare esto dice: Ven Señor, Jesús.

«Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; por medio de ti bendeciré a todas las familias del mundo.» Génesis 12:3.

 
noris capin