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jueves, 13 de octubre de 2011

Canto de una niña


Larga
es la espera
a tu venida,
Señor.
Eterno el paso
de los días.
¿Cuándo
regreses,
me llevarías
contigo
a tu guarida?

Y no te digo
que deseo la
muerte,
ni tampoco 
me apartes
de los míos,
sino más
bien
me gustaría
verte,
de cerca,
y disfrutar
un instante
contigo.

Cuando
regreses,
Señor,
acompañado
de tus ángeles
-¿arrancarías
la maldad
y eliminarías
el odio
del universo
a cambio
de la bondad

Sería bueno
pasaras
revista
al deseo
de poder
y a los
crímenes.

Pero dime,
Señor,
¿encontrarías
la dulzura
y la caridad
y la ternura
en los hombres?

Y yo te estaré
aguardando,
Dios mío,
en el tumulto
de gente.
¿Podrás divisar
mi llanto
e inclinarte
y mirarme
a los ojos
radiantes
de
esperanza?

Señor,
mi querido
Señor,
espero vengas
y me preparo
al encuentro
contigo,
y cuento
los días
y las noches
para amarte
en mi timidez.

Momento
de suma
anticipación
y regocijo.
 

jueves, 6 de octubre de 2011

Paso a paso

Paso a paso, a Dios llegamos
“—Señor, no sabemos a dónde vas,
¿cómo vamos a saber el camino?”
                                                           Juan 14: 5

La vida es un trayecto, un caminar constante, un recorrido y una huella en cada paso. Desde que nacemos hasta que morimos estamos en una eterna búsqueda; un peregrinar perpetuo que termina cuando llega la hora de la muerte pero…¿Qué es lo que estamos buscando? ¿A dónde nos llevan nuestros pasos? ¿A dónde deseamos llegar?


Hay muchos pasos que se ocultan en la vida: pisadas que llegan a un lugar concreto con la ayuda de un impulso que los distinguen de otros pasos. Otros pasos se alejan olvidando el camino recorrido, o por recorrer, huyendo –quizás– de la verdadera felicidad o del amor.


Somos una pisada eterna –como Dios Santo– una estampa que vibra por el aire y la tierra.   Siempre seremos marchas, caminos y veredas; siempre vamos a ser huellas dejadas en el camino o en la arena: vestigios y sombras que destellan o eclipsan durante un tiempo triste o alegre. 


Descubrimos, pues, que los pasos de la vida son jirones de uno mismo, remiendos de otros pasos; rasgones y trozos de sendas dejadas por otros: pasos vacíos y huecos arrastrando un carretón sin noria y sin frenos.  Pasos sin metas, extraviados, lentos y consumidos por el cansancio o el temor. Esos pasos son los pasos que se dan sin esperanza por una senda vacía o por un lugar incierto, sin luz al final de la senda.


Sin embargo todas esas huellas, rasgones y rutas no dejan de ser caminos –el tuyo y el mío– sendas que no dejan de ser parte del presente, pasado o futuro. ¡Nuestro camino! único y sin desvío, enfocados en un mismo caminar glorioso.


Hay pasos que se juntan para llegar al fin del mundo; sus suelas repletas de esperanzas son faros, lunas y luces: destellos que fulguran para mejorar el medio ambiente y el alma.   Hay pasos que se plasman en un terreno sin futuro; pasos que no logran salir de la grieta en donde ilusos han caído.  Pasos, pasos alocados que no tienen un rumbo fijo, tristones, pusilánimes y quebradizos son esas huellas que no llegan a un lugar específico o se van como vinieron sin dejar rastros de sí mismos.


La vida, la vida es una andanza que no dice de los siglos que tardaron en llegar o aparecieron demasiado pronto.  Es triste querer caminar y no poder dar un paso adelante; sólo con la ayuda de Dios se puede vislumbrar una vida mejor y un camino transitable en medio de la selva.


Y se juntas todos esos pasos, ligados a los recuerdos, para evaporar las pistas que han dejado sus miserias a la vuelta de la esquina: vagos y torpes sus holocaustos fríos, sus renuncias y expiaciones convocadas a ser ilustres pasos en el trayecto de Dios.


Los pasos de la vida son dolorosos boquetes, asignados a travesar los ríos, a escalar montañas sin zapatos, sin protección de las sanguijuelas que se atraviesan en el camino.  Pasos, pasos duros sobre las rocas, mellados pies cansados de tanto querer alcanzar la cima de lo inalcanzable; pasos que auscultan la posibilidad de hallar reposo después de que los ríos y las montañas los dejaron sin fe y sin esperanza.


Pasos firmes, pasos ficticios, pasos lerdos e irreales: pasos, pasos en la sombra, en la luz del día; pasos sobre el mar –como los de Jesús-, pasos insurrectos apegados a la libertad y a la patria; pasos endebles como el de un impedido que desea llegar a la cúspide y no puede; pasos, pasos y huellas sin nombres, pasos sin destino y sin una mano que los guíen.


Pasos sinceros, encomendados al bien del alma: pasos justos, rodeados de gratitud al andar a medida que la vida les juegue una buena o mala pasada.  Las pisadas de Jesús son pasos ciertos, llenos de fulgor sus huellas establecidas e innegables; pasos firmes, nobles y sublimes son ciertamente los que dan de comer al necesitado y al débil.


Pasos sinceros deberán ser nuestras rutas; son siempre pasos los que se unen al amor, a la paz del hombre, a la justicia, a la misericordia de Dios y al bien de la tierra.  Pisadas fuertes son las del ser que está vivo, siempre dinámico su recorrido por la vida; pasos que se sienten confortables en sus propias sandalias, cómodos en sus decisiones y fallas, pasos firmes y estables guiados de la mano de Dios.


Pisadas honradas e integras adornando el sendero de la vida, mostrando una corona de laurel en la cabeza al final de la intensa y sacrificada carrera por llegar a su destino: vida, sueños, victorias, alegrías y empeño por llegar sin ser percibido en la humilde virtud de poder caminar.


Hay que andar siguiendo la luz del Santísimo, que es la luz que nos salva, la que nos dice en donde están las lluvias eternas –las lluvias de Diosque son las bendiciones diarias.
Debemos que caminar en pos a esa luz como lo dice la Palabra de Dios en Juan 14:6 “Yo soy el camino, la verdad y la vida.  Solamente por mi se puede llegar al Padre”


Seguir los pasos de Jesús es vivir con la plena seguridad de que habrá vida: vida en el espíritu, en el alma y el corazón; esa es la meta del cristiano, el propósito de ser luz antes de ser oscuridad.  Y de nuevo, con la constancia de la Palabra, que es el fruto del amor inmensurable de Dios, leemos este versículo que dice así:  “Si ustedes permanecen unidos a mi, y si permanecen fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará.”  Juan 15:7

martes, 4 de octubre de 2011

Despertar a la esperanza


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DESPERTAR A LA ESPERANZA

Es preciso despertar del sueño profundo en que hemos estado viviendo. Es importante despertar para tener un mañana feliz y lleno de luz, para abrir los ojos a un nuevo día que vendrá inundado de bien y de esperanza; para vivir con gratitud por el simple hecho de respirar, sentir y disfrutar de todo a nuestro alrededor.    Pero hay que despertar ahora mismo: sin miedos, sin pavor al pasado o aprensión al futuro. Hay que abrir los ojos para enterarnos de que existe el día cubriendo parte del universo, con su manto de luz y de tinieblas en perfecta armonía girando en torno nuestro.

Despertar del sueño eterno de la fantasía arraigada en nuestra propia historia, es despertar al presente lleno de alicientes y planes por realizar. Despertar es olvidar nuestro rostro entristecido, sumido en un desvelo inquietante por no haber sido capaces de tocar la cima del mundo cuando la cúspide era alcanzable y no temida. Porque, al estar dormidas en la plenitud del tiempo, se desvió el cauce vertiginoso del río que huyó temeroso de nuestra propia sombra.

Pero hay que despertar ahora mismo de ese sueño escaso de ilusiones y planes no forjados por lo que nos ha tocado vivir. Hay que avivarse después del somnífero que ensombreció nuestros proyectos, anidados desde siempre, en la profundidad del alma; hay que despertar para no idealizar tan sólo en sueños, lo que no se hizo realidad después de una noche en vela: tiempo contemplativo y largo que se convirtió en prisionero de la oscuridad y fugitivo del día.

Despertar es pagar altas cuotas a la vida, por no haber enmendado los momentos de fragilidad y descontento a raíz de las desilusiones sufridas. Es perdonar al destino por olvidarse de proporcionarnos valentía para enfrentarnos a sucesos dolorosos, cuya repercusión desniveló la tranquilidad del alma.

Por habernos sentido defraudadas y frustradas cuando la vida nos sonrió en un pasado, al quedarnos hundidas en nuestra propia congoja; de modo que por estar distraídas y confiadas en otras cosas menos importantes, se nos borró el tiempo de Gracia dado por Dios.

Tenemos que despertar del largo sueño que activó el cansancio interno y que ahora es parte de uno mismo, porque nos acostumbramos a la pereza y a no saber distinguir entre la noción del tiempo y la culpa —la que fue sembrada inconscientemente en los ámbitos cavernosos de nuestra mente—.

Despertar es empeñarse uno mismo en no devolver con creces, el vacío que ha dejado una marca en las márgenes de nuestra corta existencia. Despertar es tratar de rescatar una estrella, para que alumbre las huellas que dejamos impresas un día en la arena: detalles que no pudo borrar el viento con su tronera sedienta de desafíos.
Despertar es alejar el sueño imposible de lo que pudo haber sido y no fue; es abrir los ojos a la realidad que encandila nuestros ojos, por ser la luz la que alumbra un centenar de añoranzas esperando a ser vividas, esperando a ser expresadas, las que se convirtieron en pesadillas por estar colmadas de ilusiones demasiado juveniles para ser verdad —también por eso debimos despabilarnos—.

Despertar es tomar consciencia de uno mismo, es ser presencia en donde haya ausencia de posibilidades para ser abordadas en la plenitud del alba. Es despertar para recordar que la vida es la cima de todo lo esperado y querido, es la cúspide que revive el cantar de todos los tiempos y la víspera del silencio que no se habrá de escuchar.
Pero hay que despertar ahora mismo del pertinaz concierto de voces estranguladas en el desierto de nuestras dificultades y renuncias. Despertar es esquivar los miedos que han desequilibrado el conforte de nuestras propias iniciativas y reclamos, para cambiar lo que está dicho y no asentir a lo que se habrá de decir.
Despertar es caminar rectamente por la línea imperceptible de la cuerda floja, es poder mirar la aurora asomar sus lánguidos hechizos, para que la realidad concuerde con el presente, que no ha de quedarse mudo por el deseo de decir lo que es cierto…

Bastará con que despertemos de ese sueño, que culminará al llegar el día y volverá a reposar al arribo de la noche; porque la alborada y el crepúsculo son traicioneros y a la vez certeros: su constante trinar sobre el pavimento nos inquieta y nos mutila, aunque nos recuerda que cada día es un regalo maravilloso de Dios.

Despertar es abrir un mundo de perfectas posibilidades llenas de esperanza e ilusiones, las que se han hecho cargo de alejar la tristeza y desmantelar las agresiones que vienen en baldes y en secuelas; las que nos atacan con persistencia todos los días.
Y no hay nada más impresionante en la vida, que el saber que Dios ha sido capaz de abrir nuestros ojos a lo que nos resta de existencia. Dios con Su infinito amor nos sacude desde los pies a la cabeza y nos dice que hay un mañana por venir y un futuro hermoso asomando en el horizonte.

Él nos permite reflexionar sobre el cansancio y la dejadez que acamparon en nuestra vida, y la ingratitud al no apreciar los momentos señalados por Él, los que fueron ignorados por nuestra propia vanidad y orgullo. Dios desea que despertemos de ese sueño apacible que desplaza la esperanza de un futuro mejor, colmado de riquezas espirituales y de amor. 

Dios, por Su eterna misericordia, nos alerta en este nuevo año de plenitudes por venir y recompensas por cobrar a la vuelta de la esquina. Porque Dios es así: rico en cantares del alma, hermoso en Su inigualable bondad para con nosotros, majestuoso en donar bendiciones a lo alto, largo y ancho de nuestra vida: repartiendo compasión y misericordia para vivir con dignidad y lucidez todos los días.

De ahora en adelante tenemos que proteger la felicidad con nuestras manos; porque el contento interno es una cuestión personal y de Dios; el ser humano es incapaz de brindarnos gozo, paz y ni tan siquiera amor: sólo Dios nos hace sentir estos sentimientos afables y fructíferos, porque Él es el Creador de todo lo creado y todo lo que se habrá de crear.

Pero hay que despertar de ese sueño eterno, rebelde, entrometido e incomprensible que desequilibra el candor y la virtud de la esperanza. Hay que despertar ahora mismo de la insensibilidad que acosa la impenetrable selva de nuestras inseguridades y egoísmos…—pero hay que despertar ahora antes que sea demasiado tarde—.