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martes, 5 de abril de 2016

Nuestra resurrección

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Jesús , el buen pastor
Obra de Noris Capin

 
Nuestra resurrección
¿Por qué buscan entre los muertos
al que está vivo?

                                                        Lucas 24:5

La Resurrección de Jesús permanece en nosotros, en nuestro diario vivir y en  cada latido de nuestro corazón.  Nuestra vida toma un  camino vertiginoso y se renueva, se extiende en la amplia sabiduría de Dios.   Él es quien se ocupa de suministrarnos la fe que necesitamos y nos hace  partícipes de Su Resurrección convidándonos a ser mejores seres humanos.
Es por ello que Jesús nos anima a seguir adelante en esta senda llena de espinas, de odio y de violencia —con dignidad y splendor— a través de Su Palabra.
Al meditar el momento al ser Jesús fue bajado de la cruz, las Santas Escrituras nos revelan que fue envuelto en una sábana de lino, blanca, y que su cuerpo inmóvil había sido colocado en un sepulcro excavado en una peña en donde todavía no había sido sepultado nadie.
Las mujeres que lo habían acompañado volvieron a sus casas para continuar con la preparación de perfumes y ungüentos para el día de reposo, según nos narra Lucas en el Capítulo 23: Versículos del 53-56.
Pero hoy nos levantamos nosotros de ese mismo sepulcro en donde Jesús fue colocado. Hoy renacemos al escuchar los himnos de justicia cantar alabanzas de paz y florecemos al despuntar el día con dignidad. Hoy, como en otras ocasiones de nuestra existencia, volvemos a retomar los bríos que se habían quedado en la vigilia de los ángeles y reanudamos nuestras vidas con el aliento de vida y el soplo del Santo Espíritu de Dios.
Ya que hoy permanecemos delante del sepulcro de nuestras dificultades y de nuestros miedos, nos paramos frente a Jesús con las manos llenas de misericordia, de paz, de concordancia y gratitud y nos preguntamos:  ¿Qué haríamos nosotros si nos detuviéramos a contemplar nuestras vidas delante del sepulcro de Jesús? ¿Qué pensaríamos?  ¿Qué cambiaríamos?
¿Pediríamos experimentar la esperanza e incrementar la fe del justo? La fe que es el impulso de vida para entender nuestra propia existencia que persiste en mantener la confianza y la serenidad frente a la vida?   ¿Quizás le solicitaríamos compasión para poder entender los sufrimientos de otros y sentirlos en carne propia? ¿Tal vez le suplicaríamos que nos enseñara amar tal como Él nos ama a nosotros?
¿A lo mejor nos quedaríamos sin voz, mudos, sin valentía y sin ánimo, como cuando hemos sido oprimidos, humillados y vencidos por otras personas y por nuestra inhabilidad de responder con fuerza propia a las vejaciones de abuso corporal y de palabras?
Posiblemente en el murmullo de la soledad o en la algarabía, pudiéramos entender que nuestro cementerio interno no es más que la ausencia de Jesús en nuestra vida,  al temor a lo desconocido y a la angustia por lo que ha de venir...
Dice la Palabra de Dios en Lucas Capítulo 24. —¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que está vivo?  No está aquí, sino que ha resucitado. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: que el Hijo del hombre tenía que ser entregado en manos de pecadores, que lo crucificarían y que al tercer día resucitaría.
Hay que nacer para levantarnos del sepulcro, elevarnos hasta la inmensidad de Dios e implorar, gemir si es necesario, para que las situaciones de nuestra vida sean agradables a Dios, a lo que Él desea para nosotros y actúe.  Hay que doblar rodillas para que haya un cambio delante de la presencia poderosa de Dios, al saber que Él nos observa con un corazón lleno de amor y compasión.
Hay que limpiarnos de las impurezas que nos alejan del camino verdadero, tenemos que pensar detenidamente antes de que nuestros labios expresen palabras hirientes y debemos observar y honrar el bienestar de los demás para disfrutar nuestra propia abundancia y conforte.
Y ahora imploramos a  Jesús que, por medio de Su Resurrección, nos oriente a llegar ser mujeres y hombres destinados alcanzar la plenitud de Su Reino el cual vendrá a nosotros para resucitarnos, para alzarnos, en espíritu y verdad, para poder ser capaces de  postrarnos delante del sepulcro de Jesús, sin vanidad, sin orgullo, con un corazón rebozado de amor y vehemencia y decir:  ¡Aleluya, Aleluya, hemos resucitado!
 
noris capin