A mí siempre me gusta hablar de la vida: ella tiene mucho que decirme, contradecirme y enseñarme. Siempre existe un argumento para entrar en debate con ella, discutir los pormenores de sus quebrantos y contrarrestar los senderos que ella misma pone frente a mí. Yo hablo de la vida porque para mí la vida es Dios, y por ser Dios el proveedor de todas mis bendiciones hago un espacio amplio para Él todos los días.
Mis palabras saldrían sin resonancia si no hiciera el hincapié de llegar a muchas personas a través de la comunicación de mis columnas, por lo tanto, utilizo esta oportunidad tan maravillosa y de entera bendición personal, para traerles, una vez más, la sabiduría de Dios que, por supuesto, no es la sabiduría mía sino la de Él.
Pienso que si la persona no entiende que la vida es Dios, está fuera del contexto de la vida y es por eso que debemos detenernos para llevar el mensaje de amor y de misericordia que Él nos plantea todos los días.
Mas hablar de la vida es hablar de Dios, y es por ello que me siento confortable y trato de llegar al fondo de los sentimientos y extraerlos como se extrae la Palabra de Dios del Sagrado libro; para mí es encontrar la verdadera razón de existir, amar y expresar el don de la vida diciendo sí a Dios y al amor.
Al asentir a todo lo antes dicho, no quiero dejar nada por expresar o dejar algo inconcluso para decir más tarde o no decir nunca. La vida da muchas vueltas y se dejan zanjas abiertas, huecos profundos, grietas duras sin pulimentar ya que no existe la comunicación entre los seres humanos. Hoy yo les comunico la Buena Nueva, el mensaje de Dios, la misiva de vida y la esperanza.
Dios acampa en mí y me toma en Su mano como la fruta lista para ser recogida y me coloca en una cesta para que no se dañe el frescor de la fruta de Su mejor cosecha. Por eso hablar de la vida es hablar de Dios, de Su amor, Su misericordia y Su grandeza. Hablar de Dios es estar en mi propio territorio y quedarme admirada de Su excelencia, Su poder indescriptible y de Su amplia bondad y amor. Expresar Su increíble presencia en mi vida me encamina a inspirarme en Él, a iluminarme con Su luz y Su sabiduría de modo que he apreciado, una vez más, esa relación intensa que hay entre Él y yo.
Me he dado cuenta que Dios está siempre conmigo, y no es porque lo toque o le hable a los ojos sino porque sé que en los momentos de dolor y dificultad humana, de alguna forma, Dios me habla, me invita a ser parte de Su rebaño y me facilita el don de la expresión, de manera que lo hago con reverencia y sabiduría para Él y por Él.
“Mi corazón está dispuesto, Dios mío, ¡dispuesto
a cantarte himnos! Despierta, alma mía;
despierten, arpa y salterio; ¡despertaré
despierten, arpa y salterio; ¡despertaré
al nuevo día! Salmo 109 1,2