Miss Lily |
“Alégrense los que buscan tu protección; canten siempre de alegría porque tú los protejes. Los que te aman se alegran por causa tuya.” Salmo 5: 11
Hemos sido creados por Dios para amar, para ser felices y ser capaz de brindar a otros lo mejor de uno mismo. Hemos nacido para ser parte del universo y ser luz y no para que la tristeza nos cubra con su manto patético y desolador.
Tenemos más que suficientes motivos en la vida para estar alegres sin embargo, la mayoría de las veces, caminamos mirando hacia abajo dando la impresión de que la tristeza es la rige nuestra vida.
Para poder ahuyentar las sombras que se han hecho perennes en nosotros, tenemos que sacar todos los impedimentos que desordenan ese don y que nos convierten en personas sin alicientes ni esperanza.
Todo lo que Dios creó lo hizo bueno, no hay nada que Dios haya creado que no sea de otra manera, por lo tanto, saber que Dios nos da a elegir el estar alegres o tristes, es una decisión que debemos hacer por nosotros mismos.
La alegría es una actitud verdadera, de júbilo que se experimenta cuando algo extraordinario ha sucedido en nuestra vida, algo que haya hecho la diferencia y nos ha dejado un efecto grato y permanente en nuestro vivir. Pero la alegría, no es un complemento que se adhiere a nuestro espíritu si no sabemos exactamente el significado de esa postura que, en cierta forma, nos permite entrar en una relación con nosotros mismos.
La alegría interna es la que se apropia del alma: ese sentimiento que tiene que ver con el amor, la benevolencia, la amabilidad y la misericordia; si no existen estos sentimientos anidados en nuestro ser, la alegría no se auténtica ni se contagia a otros por más que queramos ser instrumentos positivos en la vida de nuestros familiares y amigos.
El estar en esa apatía perenne e intensa nos conduce a la desintegración de nuestro propio ser y, a medida que pasa el tiempo, nos acostumbramos a cargar la tristeza dentro del corazón como una mochila llena de piedras y escombros.
Es imposible estar alegres todos los días, pero nosotros tenemos la capacidad de elegir nuestro estado de ánimo con tan sólo dedicarnos a desviar la tristeza. Definitivamente, hay que detener el paso para reflexionar cada instante de la vida por más insignificante que este sea. El no saber extraer esos momentos de satisfacción es sencillamente no estar en conexión con Dios.
1) Primeramente tenemos que enmendar esa imagen negativa que llevamos cargando toda la vida: esa actitud pesarosa que oscurece nuestra propia aureola por ser pesimistas y poco visionarios. El don de la alegría, tiende a disolverse, al toque de la primera negación personal que nos planteamos. Cuando vamos mostrando esa apatía que nos lleva a estar en un estado de antagonismo con nosotros mismo, debemos hacer un esfuerzo para cambiar la tristeza por el gozo.
2) La alegría—que debe ser permanente en nosotros— nos acarrea tremendas hostilidades cuando no permitimos la sanación interior, con eso quiero decir, que si no nos comprometemos a aliviar el dolor o a reponernos de los errores contraídos durante el curso de la vida o a convalecer en nuestro propio incumplimiento, siempre vamos a estar diciendo: “mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa” y es por eso que sufrimos nuestras infracciones a tiempo y a destiempo y no nos damos la absolución a nuestros propios dolores y faltas.
3) Cuando no perdonamos a nuestros deudores y enemigos, también se esconde la alegría de nuestra vida puesto que los resentimientos y los odios salen a relucir en los momentos de fragilidad humana contra otra persona. El no poder indultar a otros es vivir con una espina clavada en el corazón por siempre. Es vivir amargados cada vez que el recuerdo de algún incidente del pasado nos perturba. Si no nos perdonamos a nosotros mismos, no seremos incapaces de perdonar a otros —esa es la realidad.
4) Vivir con alegría es saber escoger esos momentos y revivirlos en el corazón, es guardar en la profundidad del alma el calor de una sonrisa y una palabra sanadora aunque se esté atravesando por momentos difíciles e incomprensibles.
Es poder recordar los tiempos inolvidables de la vida, es quedarse con la esencia intacta de una persona en el alma, es amar para que toda alegría sea el bálsamo que contradiga los momentos de inmensa tristeza.
5) La verdadera alegría es saber que Dios está con nosotros, que nada tiene sentido ni nada vale la pena sino estamos en plena comunión con Él. En los momentos cuando los problemas se hacen cargo, de alejar la paz y la tranquilidad de nuestra vida, sabemos que Dios está custodiando y que de una manera u otra los impedimentos del camino se esclarecerán al toque del Espíritu del Señor. Dios nunca nos va a dejar solos en medio de una situación injusta, especialmente si colocamos a Dios al frente de nuestros asuntos.
6) Cuando en verdad nos detenemos a interiorizar nuestra vida de una forma plena, nos damos cuenta de todas las bendiciones que arriban a nuestra vida todos los días; y esos regalos espirituales son los que nos conducen a estar en un estado feliz y agradecido.
7) Es imposible brindar amor y alegría a nuestro ser y a los que nos rodean, si no podemos expresar los sentimientos del alma, los miedos, los errores y la sensación de continua angustia.
Dice la Palabra del Altísimo: “Mi corazón está alegre; cantaré y daré gracias a Dios”. Salmo 18:7