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Obra de Noris Capin |
La vida en el tiempo
—Todavía estará entre ustedes la luz, pero solamente
por un poco de tiempo. Anden, pues, mientras tienen esta luz, para que no les
sorprenda la oscuridad; porque el que anda en oscuridad, no sabe por dónde va.
Juan
12:35
No sabemos cómo manejar el
tiempo que Dios nos ha otorgado, no percibimos la vida desde la semilla, desde
el fondo de la edificación de nuestra existencia. No dominamos las horas ni los días porque
creemos que el tiempo es tan solo tiempo, algo que se nos ha dado por lealtad o
como un premio. La vida, amigos, está
abierta delante de nosotros para apreciarla de tal manera, que, como un tesoro
incalculable, la debemos de cuidar con esmero.
La vida se profundiza más
dentro de nosotros dentro del período que nos consume; las horas y los minutos se pierden sin darnos
cuenta que íntimamente, los lapsos y los instantes que vivimos se convierten en
bendición. Si somos capaces de ver y sentir que todo en la vida existe gracias
a la misericordia de Dios, encontraremos que todo tiene un propósito en la
vida.
No obstante, existe algo más
que se siente cada día cuando encontramos que los días y las noches son
capítulos sin fragmentar, hojas limpias del calendario nuestro, como un nuevo
comenzar diario que nos anima y nos enriquece.
No imaginamos la grandeza de
cada día cuando estamos atravesando por momentos de incertidumbre, y no
presenciamos la armonía de cada cosecha, de cada esfuerzo de nuestro espíritu,
de cada voluntad y fervor dado a cada instante.
No observamos que en cada situación hay una razón, una entrega, un
respeto y consideración porque podemos respirar todos los día. Demos gracias a Dios por eso.
Mas el tiempo en que vivimos
y estamos, no es más que una ofrenda, un regalo o un aguinaldo como añadidura y
no un homenaje o galardón. La vida hay
que salvarla las veinticuatro horas al día, la tenemos que arrullar como se acaricia a un niño, lleno de gracia, lleno de
inocencia pura. Así de puros debemos caminar
la vida y abrazar el tiempo que nos dona Dios sin espavientos ni atrevimientos
modernistas sino con admiración y reverencia, con cortesía, con la veneración que nos empuja a hacer el
bien pase lo que pase.
El tiempo puede ser el rival
del hombre o el compinche fiel que nos acompaña por muchos años. Es cierto que
el reloj nos depara sorpresas y adversidades, pero en realidad el tiempo es la recompensa
y la aureola que nos dejó escaparnos de la nada hacia todo lo infinito, quiero
decir, que salimos del vientre maternal para abrirnos a un mundo de
posibilidades e imposibilidades.
El exceso de actividades nos
alejan y nos esterilizan, nos dividen de tantas cosas, nos desunen del
verdadero sentido de la vida y, muchas veces, nos detienen y nos paralizan abrumándonos
de tal manera que se hace insostenible balancear cada paso y cada día.
Es importante señalar que el
tiempo que nos regala Dios hay que aprovecharlo, no viviendo de modo arriesgado
o a lo loco sino más bien viviendo con moderación, haciendo decisiones
correctas, valorando el cuerpo, tomando medidas sabias en todo momento. El Señor
nos ha donado el tiempo para que honremos la vida de una manera agradecida y ferviente,
sana y fructífera.
Estamos viviendo los peores
días de nuestra existencia, los más insensatos y desacertados. Pensemos pues
cómo podemos consolidar el tiempo y la vida colocando a Dios como una antorcha encendida
delante de nuestros ojos ciegos e ignorantes.
Demos las gracias a Dios por la vida.
Amén, Amén.
Dice la Palabra de Dios en
Efesios 5:15-16: Por lo tanto, cuiden mucho su comportamiento.
No vivan neciamente, sino con sabiduría. Aprovechen bien este momento
decisivo, porque los días son malos.