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sábado, 8 de agosto de 2015

La Palabra

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La Palabra



"Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra"

                                                                                                                                            1 Timoteo 3: 16-17

 
Dios tiene la última palabra. La vida la encamina Dios y existe un plan que se ha estado desarrollando desde o antes de que naciéramos como si fuese una cinta cinematográfica que poco a poco se nos presenta o como un estreno o un comienzo, o como un lanzamiento de futuras etapas que aguardan silenciosamente las fechas.
¿Quién nos puede quitar del camino las piedras que nos hincarán los pies y que nos avisarán de momentos felices  o  instantes de tristeza que a cada una de nosotros les toca vivir? ¿Quién nos revelará sino esa misma piedra las inquietudes que nos facturará la vida como un obsequio o una coronapara que la fortaleza interna se robustezca y la debilidad disminuya durante los períodos dichosos o nefastos que girarán sobre nuestras cabezas?
Si supiéramos desde la cuna que la vida es como un carrusel que va dando vueltas y vueltas sobre un mismo eje, —siempre fijo, siempre afirmado a la tierra—  o como un espiral que sube y baja hasta llegar al círculo de la excelencia  a la que todas aspiramos, nos daríamos cuenta de que la existencia se basa en un aprendizaje copioso desde la iniciación hasta el desenlace del hombre.
El círculo de la vida, es la órbita en donde todos los seres humanos giramos, es el mismo centro del corazón que no tiene límite, que nos predispone y nos corteja a ser parte de ella y, que como Dios, nos  resguarda adentro de ese círculo imaginario en donde nos movemos y que no es más que una aureola entre el cielo y la tierra. Su perfección es absoluta.
Dice la Palabra de Dios en Isaías 40:22 lo siguiente:  Dios tiene su trono sobre la bóveda que cubre la tierra, y ve a los hombres como si fueran saltamontes. Él extiende el cielo como un toldo, lo despliega como una tienda de campaña.
Nos pasamos la vida buscando el centro del universo en donde nos movemos, buscando la verdad de la Palabra de Dios que se nos escapa sin darnos cuenta y que se nos oculta por nuestra falta de atención a los signos de Dios. Sabemos, pues, que esa misma verdad somos nosotros mismos ya que nacimos en la plena inocencia de Dios, en esa circunferencia protectora que no otorgó Él y que se llamó niñez  y cuya virtud  nos llevó a un umbral casi perfecto.
Dice 1 Pedro en el Capítulo segundo, Versículo dos: "Deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación".
Sin embargo, al crecer, perdimos esa excelsitud que venía cargada de nobleza y de esplendor al nacer hasta el punto de hacer lo contrario que dicta la Palabra de Dios.
El realismo de las Palabra de Cristo no han de infundirnos alarma sino todo lo contrario. La Palabra de nuestro Señor nos llevan a ser parte de ese gran círculo en donde el núcleo es Él mismo y, por ser Dios Todopoderoso quien nos consagra, su grandeza no tiene agotamiento, es eterna...
Dios tiene la última Palabra; Palabras que se imponen por sobre todas las cosas y no se pierden, y no se malogran porque la realización del plan de Dios es divino, ya que toda obra que viene de Él es completa al igual que Su misericordia hacia nosotros es intachable y justa cuando se engendra de Su Santa voluntad.  
Dice el Señor en Su Palabra: No se contenten sólo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica. Santiago 1:22.
No estamos solos en este mundo redondo y doloroso ni vivimos en un caparazón punzante ya que, a medida que entendamos Su Palabra en nuestra carencia humana e imperfecta,vamos abriendo nuestra alma hasta alcanzar la excelencia, a ser parte de Su perfección e inclusive a alcanzar Sus caminos de pureza, de paz, de grandes y amplias bendiciones.
 
noris capin