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La Palabra
"Toda la Escritura es inspirada por
Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la
justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda
buena obra"
1 Timoteo
3: 16-17
Dios tiene la última
palabra. La vida la encamina Dios y existe un plan que se ha estado
desarrollando desde o antes de que naciéramos como si fuese una cinta
cinematográfica que poco a poco se nos presenta o como un estreno o un
comienzo, o como un lanzamiento de futuras etapas que aguardan silenciosamente
las fechas.
¿Quién
nos puede quitar del camino las piedras que nos hincarán los pies y que nos
avisarán de momentos felices o instantes de tristeza que a cada una de
nosotros les toca vivir? ¿Quién nos revelará sino
esa misma piedra las inquietudes que nos facturará la vida —como un obsequio o una corona—
para que la fortaleza interna
se robustezca y la debilidad disminuya durante los períodos dichosos o nefastos
que girarán sobre nuestras cabezas?
Si supiéramos desde la cuna
que la vida es como un carrusel que va dando vueltas y vueltas sobre un mismo
eje, —siempre fijo,
siempre afirmado a la tierra— o como un espiral que sube y baja hasta llegar
al círculo de la excelencia a la que
todas aspiramos, nos daríamos cuenta de que la existencia se basa en un
aprendizaje copioso desde la iniciación hasta el desenlace del hombre.
El círculo de la vida, es la
órbita en donde todos los seres humanos giramos, es el mismo centro del corazón
que no tiene límite, que nos predispone y nos corteja a ser parte de ella y,
que como Dios, nos resguarda adentro de
ese círculo imaginario en donde nos movemos y que no es más que una aureola entre
el cielo y la tierra. Su perfección es absoluta.
Dice la Palabra de Dios en
Isaías 40:22 lo siguiente: Dios tiene su trono sobre la bóveda que cubre la
tierra, y ve a los hombres
como si fueran saltamontes. Él extiende el cielo como
un toldo, lo despliega como una tienda de campaña.
Nos pasamos la vida buscando
el centro del universo en donde nos movemos, buscando la verdad de la Palabra
de Dios —que se nos escapa sin darnos cuenta— y que se nos oculta por nuestra falta de atención a
los signos de Dios. Sabemos, pues, que esa misma verdad somos nosotros mismos ya
que nacimos en la plena inocencia de Dios, en esa circunferencia protectora que
no otorgó Él y que se llamó niñez y cuya
virtud nos llevó a un umbral casi
perfecto.
Dice 1 Pedro en el Capítulo
segundo, Versículo dos: "Deseen con ansias la
leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella,
crecerán en su salvación".
Sin embargo, al crecer, perdimos
esa excelsitud que venía cargada de nobleza y de esplendor al nacer hasta el
punto de hacer lo contrario que dicta la Palabra de Dios.
El realismo de las Palabra
de Cristo no han de infundirnos alarma sino todo lo contrario. La Palabra de nuestro Señor
nos llevan a ser parte de ese gran círculo en donde el núcleo es Él mismo y, por ser Dios
Todopoderoso quien nos consagra, su grandeza no tiene agotamiento, es eterna...
Dios tiene la última Palabra;
Palabras que se imponen por sobre todas las cosas y no se pierden, y no se
malogran porque la realización del plan de Dios es divino, ya que toda obra que
viene de Él es completa al igual que Su misericordia hacia nosotros es
intachable y justa cuando se engendra de Su Santa voluntad.
Dice el Señor en Su Palabra:
No
se contenten sólo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla
a la práctica. Santiago 1:22.
No estamos solos en este
mundo redondo y doloroso ni vivimos en un caparazón punzante ya que, a medida
que entendamos Su Palabra —en nuestra carencia humana e imperfecta—,vamos abriendo nuestra alma hasta alcanzar la
excelencia, a ser parte de Su perfección e inclusive a alcanzar Sus caminos de
pureza, de paz, de grandes y amplias bendiciones.