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Obra abstracta de la Patria: Sol, Rio y Palmas por N.C. |
Basta ya con el estrés
El Espíritu Santo y la esposa del Cordero dicen: «¡Ven!» Y el que escuche, diga: «¡Ven!» Y el que tenga sed, y quiera, venga y tome del agua de la vida sin que le cueste nada.
Apocalipsis 22:17
Llegar al fondo del alma y del espíritu es difícil,
especialmente si la persona no está en comunión con su alma y con su espíritu.
Tratar de resumir un momento en la vida en un instante de estrés, es fácil
puesto que la mayoría de los incidentes de este mundo están inundados de estrés.
¿Por
qué será eso? Por qué tenemos que sufrir de ansiedad y desasosiego todos los
días? ¿Es
que acaso no entendemos de qué existe Dios para subsanar y transformar la vida,
para hacerla más llevadera y también para que entendamos de que no estamos solas?
No estamos solas en este
mundo de encrucijadas, no estamos solas en la campaña de vivir para no morir crucificadas,
sino, más bien, estamos aquí para conocer más de nosotras mismas y aprender cómo
desviar los ardientes desenlaces de la ansiedad y sus consecuencias.
Muchas veces nos sentimos
que la vida es demasiado severa, excesiva en cansancio, descomunal para continuar
adelante, para poder realizar lo posible y lo imposible y así salvarnos sin
decir una palabra y sin quejarnos. Es, por no decir otra cosa, desesperante en
su totalidad de vida.
Ella está rebozada de
diluvios, sofocada de tantas humaredas perpetrando los pensamientos,
haciéndolos dormir en la sala del sufrimiento puesto que, después de sentir que
la vida nos abraza con devoción, de pronto, nos sobrevienen algún que otro
ramalazo por la espalda.
La vida es como un acordeón
que exhala y emite salvas de fuego con la diferencia de que no hay música.
Quiero decir, que no se
escucha la voz del alma, la voz de la fe, la voz de los sentimientos que
rastrean algún indicio de paz y divinidad por los conductos de la existencia.
Sin embargo hay esperanza,
hay ilusión, hay certeza y existe el aguardo a todo lo manso que ha de venir, a
todo aquello que vendrá a santificar la mente, el cuerpo y el espíritu.
Un buen día —y yo lo he hecho— hay que decirse a una misma: "Basta, está bueno
ya, no más". No más de lo que no viene de nosotras, no más de lo que otros
dejan tirado en el suelo y creemos que es nuestro deber recoger los pedazos del
destino y hacerlo nuestro. No más de asumir responsabilidades que generan
angustias; basta ya de la intranquilidad que nos trae el dolor y sobresalto,
basta ya.
El estrés altera nuestro ser
y lo convierte en un recipiente lleno de problemas. Llenamos hasta el tope todo
lo que no sabemos donde colocar, cada situación o desastre lo interiorizamos y
salimos, al final, desahuciadas y sin vida de tanto sufrir. Basta
ya, amigas, de todo lo que genera ansiedad, basta ya de llorar, no más
conmociones que tiemblan dentro del cuerpo, ya basta...
Yo he llegado a la conclusión
de que los histerismos de otras personas, las debo de dejar necesariamente a un
costado. Eso, no quiere decir, que
ignoremos los dolores de los demás, eso es imposible. Tenemos, de por sí, suficiente con nuestras
propias preocupaciones y desvelos, bastante con nuestras inquietudes y alarmas
para cargar en nuestros hombros las duras situaciones de otros.
Para eso está Dios, para
afrontar con nosotras, a cada minuto, las desazones que nos acompañan
diariamente. Para eso existe la oración,
para que nos levantemos delante del Señor y pidamos misericordia, ayuda,
divinidad y bondad para con nosotras. Estamos perdidas si no acudimos a la oración
que nos transporta a los atrios de Dios en humildad y devoción. Él nos escucha.
Por causa del estrés, sufrimos
toda clase de enfermedades y, dependiendo de cómo nos ajustamos al ambiente
interno y externo de cada situación, salimos vencedoras o derrotadas. Dicen las estadísticas, que el 45% de los
adultos padecen de estrés y de ataques de pánico; y no solo los adultos, sino
también los adolecentes que también reciben una dosis de inquietud que no deja
de ser preocupante ya que ellos no saben cómo enfrentarse a las consecuencia de
sus actos.
¿Qué
es eso, por Dios? ¿Por qué sucumbimos a lo que nos lleva
a la muerte, a lo que afecta el espíritu y al cuerpo? ¿Por qué no nos
zambullimos en la Palabra de Dios que nos dice tantas cosas, a la oración
diaria en espíritu y verdad? ¿Es que acaso no sabemos que Dios nos quita el
cansancio y la preocupaciones cuando ponemos nuestros problemas en sus manos?
Dice la Palabra de Dios en Mateo
11:28-30: «Vengan a mí todos ustedes que
están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar.
Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de
mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son
ligeros.»
Desde hoy, desde el momento en que
lean este artículo que trae paz a la mente, traten de darle un minuto a Dios
todos los días. Amén.
noris capin