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domingo, 28 de agosto de 2011

Violencia doméstica: acto imperdonable


Hoy les quiero hablar de un tema sumamente controversial y desgarrador; un argumento que sin ser mi preferido tengo la necesidad de abordar con la solemnidad que requiere cualquier otro artículo que les he traído anteriormente.

Y no es que yo desee denunciar este asunto con aires pretenciosos o por casualidad, sino más bien les aporto este mensaje para que entiendan que el abuso doméstico o verbal no es un comportamiento natural y saludable dentro de la familia.


Es imprescindible para mí traer a relieve este tema tan doloroso y devastador sin que sienta dentro de mi alma, una tristeza.  Tristeza que ya no es ni dolorosa ni cruel ya que los años han debilitado dentro de mí esa sensación catastrófica que me ha hecho abandonar el recuerdo del abuso que existió en mi vida. 


Sin embargo, tengo un encargo profundo dentro de mí, una urgencia que desea expresar la misericordia de Dios actuando como un emblema desde lo alto, un apremio que se abre dentro de la sed del tiempo; una necesidad impetuosa de manifestar a los cuatro vientos que hay una esperanza en Cristo Jesús para aquellas mujeres que sufren de violencia doméstica.


He llegado a la conclusión de que las experiencias dolorosas de mi vida las he identificado con el dolor de Jesús: abusos, palabras hirientes, quebrantos físicos y emocionales; vejaciones, blasfemias y ofensas.  Todos esos ultrajes lo vivió Jesús y, quizás, tú también, hayas experimentado en tu cuerpo y en tu alma ese dolor que toma mucho tiempo en sanar.   


Sepan ustedes, amigas mías, que la mínima acción represiva contra otra persona oscurece la ley de Dios en todo momento.  Toda palabra mortífera que se clava en la profundidad del alma hace una hendidura para toda la vida en el corazón del ser humano.  Toda mano que se alza despiadadamente contra la mejilla de otra persona es un desafío contra el amor de Dios y la consagración de los hombres de bien.  Todo puntapié que tira al suelo a una persona es un dolor moral y realmente abusivo e imperdonable ante los ojos de Dios.


Yo diría que es el peor abuso que una persona puede experimentar es a través del abuso verbal: una palabra mal dicha destruye los cimientos más elaborados y más altos del ser y quiebra las delicadas fibras del alma para toda la vida.  En un sólo segundo, después de que una palabra sea pronunciada con malicia y sin recato, puede arruinar el candor del espíritu y tirarlo al suelo.  Una palabra envuelta de espinas puede hincar el corazón y arrancar las fuerzas del alma en un momento de ira y violencia.


La desmoralización del ser humano se hace evidente cuando su propio ser no sabe cómo lidiar con la herida que produce una palabra llena de veneno, ya que la persona acepta, en cierta forma, ese proceder errático y destructivo porque siente que no tiene otra salida. La persona se adhiere a su suerte por ser portadora de una voluntad endeble y también por miedo.


Pero no hay que quedarse con los brazos cruzados o detrás de la espalda ante una situación de esa índole como cuando se escolta a un delincuente no podemos permitir el asalto que se prende a nuestro ser como la hiedra indeseable y perfidia sin antes buscar una solución.  No podemos callar cuando somos expulsadas de nuestro propio domicilio o sujetas a un comportamiento inaceptable y escaso de esperanza.  De ninguna manera debemos postrarnos en un rincón del hogar con temor, esperando un empujón y el grito que eventualmente se escuchará en los ámbitos de la casa.  No podemos ser testigos de los deseos de venganza ni confabular con el enemigo por ser sumisas o demasiado condescendientes y buenas.


Se debe abrir el puente de la comunicación con la pareja, o ir a un profesional o psicólogo para que reciban una orientación saludable que les ayude a seguir ciertas pautas para el beneficio de todos los integrantes de la familia.  Porque esa conducta, extremadamente incorrecta, también se refleja en los hijos que crecen pensando que el abuso doméstico es un comportamiento normal en el hogar.


Este escrito, que es indudablemente triste y conmovedor, no sólo integra al hombre como el protagonista de este cuento sino, que la mujer, también, puede presentar características abusivas; la mujer de igual manera se une al cordel de la perdición del alma, para enlazarse, con precisión, a la inaceptable y controversial “violencia doméstica.”

Dice la Palabra Santísima de Dios lo siguiente: “Como cedro me he levantado en el Líbano como ciprés en el monte del Hermón.  Como palmera me he elevado en En-gadi, y como plantel de rosas en Jericó, como gallardo olivo en la llanura, como plátano me he elevado.”  Eclesiástico 24:14

Por sobre todas las cosas, Dios desea que vivan con amor, dignidad, perseverancia y que busquen ayuda y vivan en paz; esa paz que sólo Él es capaz de brindar.  Busquen auxilio y sean responsables de tener un hogar feliz por arriba de todos los contratiempos que surgen todos los días. ¡Hablen, dialoguen, comuníquense y expongan sus necesidades a Dios y a ustedes mismas! 


Así que, con esas Palabras, doy por terminado este escrito esperando que toda persona (ya sea hombre o mujer) que esté atravesando por este terrible dilema emocional y abusivo, recobre su dignidad y que se haga escuchar,  para que el abuso sea sosegado por la manos misericordiosas de Dios, nuestro Padre Celestial. 


Busquen ayuda, por favor, para que así puedan entender la Palabra de Dios en Eclesiástico 24-15: “Esparcí perfume cómo árbol de canela, como caña aromática y mirra escondida, como las resinas más olorosas, como el incienso que se quema en el santuario.” Así sea.


 


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ISBN 1-257899-05-4