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Las lágrimas que resbalan por el rostro de Dios son lágrimas de tristeza, dolor y desencanto. Desde Su alto trono observa a sus hijos hacer cosas que no son de Su agrado. Si bien Él perdona las injurías que cada cual ha cometido, no deja de sentir la agresión del pecado en Su propio corazón.
El Antiguo Testamento nos advierte la desgeneración del ser
humano a través los siglos y dice así: — “En el pais reina la mentira, no la verdad; han ido de mal en peor, y el Señor mismo afirma: No han querido reconocerme...” Jeremías 9:3
Dios acumula en Su alma todas las injusticias del mundo: ha visto el hambre enflaquecer a los niños, ha presenciado guerras e insultos contra Su iglesia y aun así mantiene la fragancia intacta que proviene de Su bondad hacia Su pueblo. —Jeremías detalla en este versículo, la desquiciada corrupción del mundo diciendo: — “El Señor afirma: ¡atropello tras atropello, falsedad tras falsedad!. Mi pueblo no quiere reconocerme...” Jeremías 9:5
Las lágrimas del Altisímo se cristalizan cuando brotan a la superficie ante Su presencia mueren Sus hijos a causa de las drogas y la injusticia. Cuando la prostitución, el egoísmo y el amor al dinero encarcelan al ser humano en su propia prisión, llueven las angustias y la penas aun sin darse cuenta. Pasiones incorregibles se desatan ignorando la conciencia. —Dice Jeremías en su incansable prédica: — “Mi dolor no tiene remedio, mi corazón desfallece.” Jeremías 8:18
El ser humano no quiere reconocer a Dios Todopoderoso como el único iniciador del bien y la paz del alma; no desean observar Su poderío y Su grandeza desde la corrupción en que viven y que suele ser arrolladora. Por ese motivo Dios es ignorado de generación en generación; hasta el día que venga a mostrar Su Gloria siendo ese momento un tiempo de conversión y arrepentimiento.
“Que no se enorgullezca el sabio de ser
sabio, ni el poderoso de su poder, ni el
rico de su riqueza. Si alguien se quiere
enorgullecer, que se enorgullezca de
reconocerme.”