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"No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos: Hoy les ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor. Lucas 2: 10-11
Diciembre ha llegado, sutilmente, pero ha llegado. Está aquí. No se nos puede ir del almanaque como se va la vida, de un suspiro, o de pronto cuando no estamos preparadas. Este año 2011 ha sido extremadamente corto; en un abrir y cerrar de ojos se nos han marchado los días, sin percatarnos, y ahora es diciembre de nuevo.
Pero no puedo tomar mis palabras como si fuesen meras palabras: está aquí diciembre y hay que alegrarse. Hay que alegrarse porque en la vida hay un solo momento para disfrutar de esta época del año, para festejar la abundancia y el fulgor que nos promete el tiempo de Pascua.
Nos promete cosas que aún no sabemos, pero las luces que advertimos en las calles nos avisan de un mes extraordinario, gozoso, agradable, pleno y espiritual. Un mes de avivar las creencias sabiendo que este tiempo no es solamente para regalos y fiestas sino que es una época de contemplación personal y respeto a Dios por todo lo alto.
Nos acompañan los días alegres y sabemos que eso es bueno, es agradable saber que este tiempo de alegría es también parte de la vida, un pedazo del día de hoy, un saludo al nuevo año que vendrá repleto de esperanza, misericordia y paz.
En estos días hay que escuchar los sonidos de la vida hacer ruido en el alma, para recibir la Navidad con entusiasmo y fuerza, como si fuese el último instante de la vida. Hay que hacer la decisión de cambiar la algarabía del día por un villancico o por un saludo sincero, o una palabra nacida de la profundidad del corazón, que sería como vaciar la vida en el cántico o en el saludo amable, o en unas simples palabras.
Cuando decidamos hacer ese cambio, que, en muchas ocasiones, es difícil alcanzar, hay que tratar de disminuir los ruidos estridentes de las calles, para escuchar el órgano de una iglesia o un coro, creando, pues, una melodía navideña o una canción del alma.
Cuando bajemos el volumen de la radio, para disfrutar a Mozart o a Vivaldi, en cualquiera de sus excelsas sinfonías, sería como abrir paso a la ternura, al calor de la amistad, a esa parte del espíritu que se extiende en un solo palpitar, un solo arrullo en medio del alboroto de las compras y el tumulto del tráfico, que al final se detesta.
Cuando decidamos abrir las puertas del corazón en esta Navidad, será un alumbramiento como el mismo significado de la Navidad representando “el nacimiento del amor”, “el principio del perdón”, “el advenimiento de la paz”, “la llegada de la alegría”, “la venida de la prosperidad”, “el arribo de la esperanza” y de las muchas otras cosas que suelen arrimarnos al momento espiritual de la fecha.
Cuando dejemos de pensar en los regalos, pensemos en aquellas personas que no tienen familia o están solas: los ancianos, las madres solteras, los presos, los “homeless” o gentes sin hogar que existen en estas tierras de abundantes bienes. Y quizás, esas personas, no necesiten de un regalo sino de un abrazo, o un plato de comida o una visita a la cárcel, o simplemente para aquellos que viven en las calles, un abrigo.
Pero ese regalo espiritual solo viene de Dios, ese pensamiento de bendición no se encuentra en las calles sino en la amplitud del alma y en la oración temblorosa frente a la presencia de Dios.
Algunas veces, o nunca, nos percatamos que en cada persona, anteriormente mencionada, vive el rostro de Jesús; la misma imagen de Dios, la cara de todos los siglos anunciando la vida, o avisando que vienen mejores tiempos, revelando que hay esperanza y paz en cada amanecer aunque no haya de comer o no tengan abrigo que ponerse. ¡Esa es la verdadera razón de la Navidad, no hay otra! saber que podemos darle alegría a un necesitado, una sonrisa o una mano.
Dice la Santísima Palabra de Dios en Mateo 25: 36,40 lo siguiente: “36 Estuve sin ropa, y ustedes me la dieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme.' 37 Entonces los justos preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer? ¿O cuándo te vimos con sed, y te dimos de beber? 38 ¿O cuándo te vimos como forastero, y te dimos alojamiento, o sin ropa, y te la dimos? 39 ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” 40 El Rey les contestará: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.”
No deseo quitarles la ilusión y la fantasía de esta época sin igual, porque estaría echando a un lado la felicidad de los niños, las visitas de los amigos y familiares, la música bailable, el buen vestir y los adornos que solemos lucir nosotras las mujeres; estaría siendo desleal a las sonrisas y a los paseos o a los sueños, a los regalos que halagan la vida y a la emoción de despertar rodeados de presentes, de buena voluntad, abrazos y besos.
Muchas veces hay que tocar el fondo de las cosas, para que sean apreciadas si bien suena cruel abolir la esencia mundana, el desafuero de los días y la presión del momento socavado por la sociedad; para traerles un instante de sabiduría en la verdadera esencia de la Natividad.
Navidad es la grandiosa fiesta establecida por la iglesia para honrar el nacimiento de Jesús. Es la celebración que exalta y vivifica el momento en que nace Dios como hombre para la salvación del mundo. El origen del nombre viene de natalis –que significa día natal–, la víspera y el advenimiento del Hijo del Hombre, engendrado dentro del seno de María, Virgen y madre.
¡Feliz Navidad y que siempre exista en ustedes una Navidad eterna, un renacer diario, un resurgir de espíritu, una renovación auténtica –en espíritu y verdad– y una Pascua llena de júbilo en el alma como mi propia alma que ahora florece dándole gracias a Dios por la familia y el amor.
"¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!" Lucas 2,14.