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Viene el año de la
misericordia
“El Señor te bendiga y te guarde; el
Señor te mire con agrado
y te extienda su amor; el Señor te muestre su favor
y te extienda su amor; el Señor te muestre su favor
y te conceda la paz.”
Nuevamente nos encontramos
al final de un año que en solo unas cuantas semanas se convertirá en recuerdo,
en un interminable episodio
de tantos acontecimientos vividos ¿Cuántas veces hemos presenciado
la dicha, la soledad y la nostalgia en estos trescientos sesenta y cinco días? ¿Cuántas
veces nos hemos dicho que debemos de ser feliz, que hay que ser auténticas y
vulnerables a los cambios que estorban e impulsan nuestra propia humanidad?
Este año ya es un conjunto
de experiencias que se han aglomerado en el cuerpo y en el alma quedando su
esencia impregnada en el subconsciente para siempre. Hay que encontrar la
manera de cómo despertar a un nuevo día, mirando la vida con esperanza, con
pasión y justicia a todo lo que viene a abrazarnos o a hostigarnos de repente.
Un nuevo año que vendrá
cargado de misericordia, de bien, de compasión hacia nosotros mismos y hacia
los demás. Un nuevo año que desplegará
indulgencia y comprensión en los momentos en que no sabemos cómo salir a flote
de una situación desagradable o incomprensible.
Debemos pedirle a Dios
misericordia desde el momento en que nos levantemos del alivio corporal hasta
finalizar el día porque, nosotros, en nuestra propia inhabilidad de dictar el
curso del tiempo, sabemos que nuestra vida está en las manos de Dios.
La misericordia
del Señor es la capacidad de apiadarse de las miserias ajenas, de aquellos que
no pueden incorporarse de tantas contradicciones y desafueros. La misericordia
de Dios se muestra en la benevolencia y en la dulzura de nuestro propio ser, en
la asistencia al necesitado, especialmente se manifiesta en el perdón
y la reconciliación
con las personas que nos hirieron en el pasado.
La misericordia del Señor es más que
un sentimiento
de simpatía.
Es la práctica la que abunda en el corazón del ser humano para poder ser,
aunque sea un instante, semejante a Dios Santo. Solo por un momento sabríamos
lo que significa amar como Dios ama por medio de la piedad y la devoción.
Es definitivamente la virtud que promueve y estimula
al hombre a ser benévolo con su propia persona, a ser amable, a ser generoso en
todas las situaciones en donde dependa y predomine la fe y la caridad.
Dice la Palabra de Dios en Efesios 2:4 lo siguiente:
Pero Dios es tan misericordioso y nos amó con un amor tan
grande, que nos dio vida juntamente con Cristo cuando
todavía estábamos muertos a causa de nuestros pecados. Por la bondad de Dios
han recibido ustedes la salvación.
Este año, que ha sido para algunos
de nosotros pleno de dicha y escaso de perdones, no es más que un escalón hacia
la cumbre del entendimiento personal, de aquello que nos ha robado la paz durante
tantas situaciones sin salidas.
Es un período para razonar y
comprender el resultado de numerosas posibilidades halladas en el sendero, de invocaciones
no entendidas, de gracias pasadas por alto, de suertes y favores sin apreciar,
de dones no percibidos. Hemos estado dormidas viviendo nuestra propia existencia
sin contar con la bondad que viene de lo alto, obviando las bendiciones poderosas
de Dios...
Este año que en despedida nos abraza de paz, de
alegría, de bien, nos dice adiós para siempre y en recompensa y triunfo no nos
reclama nada, ni tan siquiera nos pide transformaciones para terminar con gusto,
con ese sabor a ofrendas inesperadas halladas en el diario vivir.
Mas las bonanzas han estado presente durante este
ciclo de doce meses; la dichas y las suertes nos han colmado de ilusiones, las
consagraciones hacia el prójimo nos han hecho obedientes, los bienes y las
cortesías nos han enseñado a ser mejores personas. De manera que la Gracia de Dios nos han ejercitado
a ser fuertes ya que la magnanimidad de Cristo nos asegura llegar a la meta de
lo infinito.
Por eso hay que pedirle a Dios misericordia, todos
los días, para que Sus ojos estén puestos en nosotras, para ser protegidas de
toda iniquidad durante los largos caminos por recorrer, para que estos se multipliquen
en fértiles oportunidades.
Según el Salmo 25, 6,7 la Palabra de Dios nos dice: Acuérdate,
Señor, de tu ternura y gran amor, que siempre me has mostrado; olvida los
pecados y transgresiones que cometí en mi juventud. Acuérdate de mí según tu
gran amor, porque tú, Señor, eres bueno.
noris capin