La imaginación es un don maravilloso de Dios, ya que, a través de ella, aparecen distintos elementos para cumplir la tarea de emitir una conclusión o resolver algún problema.
No obstante, la imaginación puede ser un arma de doble filo, ya que algunas veces conduce al individuo a sufrir temores imaginarios, los cuales causan aprensiones e inseguridades momentáneas o de gran envergadura.
Las impresiones sensoriales en ausencia de objetos, tienen la capacidad de crear, establecer o reconstruir algo. Las representaciones auditivas y visuales llevan a revivir hechos presentes y pasados.
En algunos casos, la persona no debe dejarse guiar por la imaginación, ya que la amplitud de ésta puede aniquilar, u ocasionar un júbilo enmascarado, lleno de equivocados pensamientos. Ella, por consiguiente, tiene un gran potencial, ya que es libre de volar hacia las alturas o de precipitarse sobre el inmenso mar.
El poder recurrir a ese grandioso don de Dios nos llama a poner los pies sobre la tierra. Con esto no quiero decir que no soñemos o que no concibamos la posibilidad de encontrarnos en ese estado imaginativo que nos distingue como seres humanos.
Sin embargo, al ser conscientes de la realidad y saber utilizar la lógica y el buen sentido en las situaciones drásticas o placenteras de la vida, estamos siendo propietarios de lo que fabrica la mente, y realzando valores que den motivación y no desorientación a nuestra existencia.
De modo que, al observar diferentes virtudes que nos preparan para vivir un poco más conectados con Dios, podemos intercalar otros dones propios de la imaginación, para que santifiquen la mente, refrescando el contenido de la misma.
Dice la Palabra de Dios en Sabiduría 1:5: “El Santo Espíritu, que es maestro de los hombres, nada tiene que ver con el engaño; se aparta de los pensamientos insensatos y se retira cuando está presente la injusticia”.
Por eso la objetividad, el dominio propio, la serenidad interna y el buen comportamiento son virtudes que nos preparan para estar en perenne intimidad con Dios. A través de estas cualidades, que nos alejan de la mordacidad y la lujuria, ensanchamos nuestra capacidad de crecer y, a la vez, fortificamos nuestra mente para que las fantasías, los fantasmas imaginarios, los miedos y las ilusiones vanas no destruyan la belleza pura e inigualable de la imaginación.
Vivimos en un mundo lleno de contradicciones; la esencia de lo que es verdadero se esfuma como un perfume barato. No obstante, cuando ponemos a funcionar la imaginación en una forma positiva, tenemos la capacidad de visualizar un mundo mejor y de llevar a cabo planes y proyectos que nos permiten embellecer la vida de nuestros semejantes, y la nuestra. El poder natural de la imaginación es la base creadora del Universo y, por consiguiente, es el factor que decide el bien y el mal.
La influencia misericordiosa de Dios en nuestra vida pone fin a todos los temores y travesuras de la imaginación. Cuando nos anticipamos a ser fieles seguidores del Señor, se nos ocurren cosas extraordinarias, al ser capaces de concebir proyectos basados en la inteligencia y el buen gusto. La mente se consagra fielmente al Espíritu enriquecedor de Dios, para darnos un intelecto que inspire compasión, sabiduría y entendimiento.
Por lo tanto, pidamos al Señor Jesús la santificación de nuestra mente, por medio de Su Santo Espíritu. Roguemos a Dios el que podamos obtener la purificación del alma y la pulcritud de nuestros pensamientos.