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Obra de Dante Gabriel Rossetti "Angels Watching the Crown of Thorns" 1848 SIEMPRE EL TIEMPO |
La vida se ha convertido
en memoria, el presente
ha fallecido y se ha ido
tras los íconos del dolor;
aquellos hijos del tiempo,
me han aislado de lo mío
y en su verdad me han
desconcertado...
Estoy enlazada a la vida
y alejada del universo,
del amor, de la fábula
de ayer, de lo perfecto
y lo imperfecto,
del haber,
de lo que fue y no será
después de la siembra.
¿Cuántos fuegos, cuantos
desvelos resucitarán mi fe,
mis travesuras y mi risa
espontánea? ¿Cuántos?
¿Cuántos sirios apagaré
en la luz y cuántos avivaré
en la dicha y los recuerdos?
en la luz y cuántos avivaré
en la dicha y los recuerdos?
El tiempo traspasó el vidrio
de mi espejo, dejando la sed
del silencio y la piel
de tantos sacrificios.
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del silencio y la piel
de tantos sacrificios.
Obra de Salvador Dalí "Figure at the Window" 1904 |
DESDE MI VENTANA
Es maravilloso
observar la vida
desde mi ventana.
Tener la dicha
de ceder
a la imaginación,
me conduce
a reflexionar
la vida desde
mis sueños.
Cuando las ventanas
de mi vida están abiertas,
hay motivación y alegría.
Mi alma se abre al fervor
del día entrelazándose
al esplendor y surge algo
grande.
Cuando siento el Espíritu
de Dios avivando mi vida,
todo toma otro matiz,
todo suele ser un liviano
equipaje.
Cuando experimento la luz
cálida de la mañana,
se activan las añoranzas
y las memorias vuelven
a tener vida.
Al expresar las alegrías
y las tristezas a través
de mi ventana, el mundo
suele ser más noble
y más amable, menos
sobrio y más tolerante.
No hay quien pueda
impedir mi armonía
cuando feliz me asomo
a la ventana.
La quietud me inspira
a ver la puesta del sol
y hace que mi vida sea
divina, un tanto tristona,
pero al final adorable.
Cuando las ventanas
permanecen entornadas,
la oscuridad toma poder
sobre la luz y la luz torna
mi vida en tinieblas.
Cuando mantengo
mis ventanas cerradas,
el ardor del sol
no ilumina mi alma
rebozada de recuerdos.
Nada es más turbio
que la misma tristeza
confundiéndose
con mi risa.
Nada es más triste,
que ver los cristales
opacos de anhelos.
Nada es más nostálgico
que observar una ventana
y no poder encontrar
una salida...
Nada es más horrendo
que renunciar a la vida,
a través de una ventana
enclenque.
Nada es más amargo
cuando la interferencia
de un cristal limita
el sonido del mar
y el zumbido
del viento.
Nada es más terrible
que querer y no poder
alcanzar la lluvia
o disfrutar del sol
naciente.
Nada es más deprimente
cuando la soledad
se hace cargo de la vida,
y la aridez de la gente
me hiere en lo profundo.
No obstante, cuando
la belleza sublime
suele adentrarse
en el alma y en la risa,
sólo me queda abrir
mi ventana e ir
en busca de la paz
en busca de la paz
y la esperanza.
“¡Qué hermoso es ver
llegar por las colinas
al que trae buenas
noticias, al que trae
noticias de paz
y liberación.”
Isaías 52:13
Obra de John Williams Waterhouse "Ophelia" 1861 |
CANTO de HIERBA
Vivo fuera del tiempo,
en un espacio amplio,
en un nido de acero,
de plácida almohada,
en una enorme casa
rodeada de florestas
y recuerdos.
Dentro de mí ronda
mi alma, da vueltas
como un muñeco;
su delicada esbeltez
me despierta y, desde
mi rincón de piedra,
miro la tierra y anulo
el tiempo enardecido
y hueco, fuera de sí,
como la vida…
¿Qué pasaría si saliera
de mi pompa y tallara
las horas y las hiriera
hasta topar contigo?
¿Sería una aventura
poder tocar la aurora,
y decir que su silencio
mata, que su desamor
me llena de tristeza?
Ah, ese sufrimiento
es idéntico al olvido,
y no deja de alcanzar
o lesionar la brevedad
de un canto dejado
en la hierba.
Obra de Sandro Botticelli "The Birth of the Venus" 1486 |
LOS COLORES DEL OLVIDO
De aquella ansiedad aún queda el desvelo,
y del verso la inquietud de marchar callado.
Temo irme, partir sería olvidar la sequedad
de quedarme y no he de irme hasta la noche.
De aquella inmensidad sólo existe una marca
grabada en el agua, una barca, una estampa
de media luz y una fotografía.
Pero con el corazón, irremediablemente
echado en el lago del tiempo, siente la voz
del silencio decir olvido, decir la ausencia.
Ah, qué dolor tan infinito oírle decir adiós,
las pestañas me tiemblan y mis ojos reflejan
su tono acaramelado las cuencas heladas
de la serena eternidad.
Los tonos del olvido son como luces caídas
al fondo del abismo, sus matices se mezclan,
se igualan a los tintes polvorientos sacados
del pozo: áridos, descoloridos y huraños.
Ah, los años ¡Jamás he sentido tanta tristeza!
© Derechos Reservados/USA
Prohibida la Reproducción total o parcial,
por cualquier medio, sin la autorización de la autora.
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ISBN 1-975400-04-3