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Y
ME DIJISTE...
Y me dijiste que mis ojos se igualaban
a la yerba buena, a los montes
lejanos
en donde se visten los campos
de plantas
y de cigüeñas.
Allí donde se acopian los matices
de agua fresca, de sal y de todos
los bienes
que respira la tierra.
Me dijiste que era como la
lluvia inmensa
y que lo abarcabas todo con mi
abrazo
durante las nieves y constantes
fiestas.
Me dijeron que mi tez era serena
y que ardía la vehemencia en mi frente,
encima de la raíz de todas mis penas
y tu recordada ausencia.
Y yo te divisé un día al nombrarte
mío,
en las alas del frío silencio, en la
escuela,
entre los pupitres que me guarecían
del miedo
—de tantas suertes acopladas a mi mente—
y al destino que no supo decirme
nada
de tus ojos, de tu abrazo y de tu
suerte.
YO, LA DE LOS OJOS TRISTES
Tú, tú querida en el hondo reír de las amapolas.
¿Dónde estás? apenas diviso tu silueta; tu voz
delicada ya no vibra junto a las algas marinas
de tu cuerpo.
Tú, queridísima criatura de fieltro en que borras
la última llama de silencio; nada dice el rumor
en madrugada en que te has ido.
He mirado el sentir de algunos ojos robados,
hasta el profundo dolor de entonces,
luego de la vez en que lloraron ya no se olvidan.
Niña, tú tienes el verdor beato de la suerte loca
en que llevas a cuestas tu cintura, niña, niña,
de las flores y los ojos tristes.
Avísame de tu esfuerzo tejido a tu ser desnudo
reclamando la ternura en pies descalzos.
Tú imaginas y yo ignoro !tantos logros! fechas
largas y vencidas, vasto amedranto en hierba
fresca.
Revélame tu soledad en la bandeja de la dicha.
noris capin
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