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jueves, 6 de octubre de 2016

DESDE LA LUZ

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Detalle de Flor de Altar
Noris Capin
 
DESDE LA LUZ

Desde la luz suelo hacer un alto a la memoria,  la dejo pasar por la curvatura de las horas sin que sea advertida o añorada su admirable ola fugaz. Y pienso que, a estas alturas de la vida, cuando el verso llega atado a las vigas que juntan el día y la noche, no podría aspirar más que a un tenue sentir, fuertemente arrodillado a mi tiempo, frente al altar de Dios, pidiendo nada de lo poquísimo que deseo pedir por si me marcho pronto.
Unas cuántas cosas abrigan mi pecho de luz: el tibio abrazo que deja la luna sobre el cántaro colmado de agua, la gracia del espejo vislumbrando un sueño  —alumbrando como un quinqué la inmensa claridad,  desde lo alto—, sintiendo el reflejo hacer música en mi alma como en los cuentos del ayer. Mas la ternura es una santa emperatriz que solloza,  la llama que no se apaga nunca, de tantos ilusiones colgadas se alza, plena, sobre la sepultura y los petardos que tropiezan contra mí.
Solo yo y el silencio hallamos el agrado que termina por dejarse ver entre los henos y los almendros de la Patria, como una sinfonía, como una tonada,  como una canción recostados al pie silente del vacío que conserva mi secreto de isla.
Nada deseo para mí sino el gozo de estar presente —junto al lago— o cerca de un árbol de flores nuevas
dando raíces a la tierra, unidas a los brotes de mi voz. Y no es la dicha redentora lo que me prende los ojos de claror, sino que, al arder el día —de blanca nitidez y canto— hace de mi sufrir un pasadizo de  asfalto sobre la frente y el abrazo imposible de mi amor.  Exigente es la llama que no sabe andar descalza por la vía dolorosa de los sueños, y quiere más de sí, ansiando la gloria y la paz, aspirando a crecer sin que perezca el eco que la aflige, más allá de la abundancia y de la sequía perenne de su muerte.  En la luz suelo hacer un alto a la memoria,  dejarla volar a través de su inconfundible voz, atravesando la frontera de la existencia, salvando las palabras de más, diciendo lo mínimo, lo máximo, lo inexplicable de todos los tiempos.
Y ella vuela y baja hasta las profundidades del silencio  —como una llama de fuego— que no se apaga
con agua ni se extiende en el regreso de tantos reversos, infestados de soledad, de pliegos rotos, de
palabras revueltas, vagas, desarmadas y sin piedad. No encuentro solución a tantas luchas sofocadas bajo la sobra de los huesos, no hay querella que valga más que una estrella —aquella que me regalaste— en un momento feliz en donde no existió el dolor.
Desde la luz me alzo hasta encontrarte, hasta tocar la aurora y apresarla, sin que hayan preguntas o respuestas anidadas a mi sonido, a mi clamor desesperado en donde sólo hay sol y alba a mi regreso.

 
noris capin

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