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martes, 29 de octubre de 2013

Clavos

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 ¿Cómo vamos a llegar a la presencia de Dios si estamos cubiertos de clavos?  ¿Cómo vamos a sostener nuestro cuerpo en condiciones estables, si la profundidad de los orificios no permiten la sanación interna que deseamos tener día a día? ¿Cómo vamos arrancar el hierro afilado que se hunde en la carne de nuestro cuerpo, si somos bruma en medio de la luz del día y sombra durante el reposo?  ¿Qué posibilidad hay de reparar tales heridas del alma, si no hay fe y confianza para sanar la hondura del corazón y los desprecios?
Estas lesiones acomodadas a nuestro cuerpo duelen, castigan y lastiman la delicada piel del creyente, destruyendo la dignidad y el amor propio de la persona ¡hundiéndola! en una actitud de incredulidad y tormento.  Las huellas que dejaron esos huecos en nuestra epidermis del alma, cuerpo y espíritu hacen que vivamos una vida sin esperanza, con ansiedades y fuertes depresiones para toda la vida.
Si supiéramos de antemano que el óxido de nuestros pecados y miserias invierten el legado filial de Jesucristo, meditaríamos mucho antes de cometer infracciones y hablar más de la cuenta cuando el silencio es el credo que desea habitar en el alma.  Fallos y palabras manifestándose, luego, en el cuerpo lesionado por las vacilaciones y el maltrato que nos hemos dado a consecuencia de la desventura y el desamor.
Esas heridas que no se cicatrizan de repente, es porque no le hemos pedimos a Dios la sanación integral de nuestras caídas y, por consiguiente, vivimos escarbando la profundidad de nuestro ser toda la vida, tratando de vivir lejos de la realidad, temiendo un desenlace en la bóveda del sufrimiento, huyendo del mismo temor que nos condena a una vida infeliz.
Esos dardos que penetran en lo más íntimo del alma, son las ruinas que han dejado al cuerpo sin un estímulo o consagración personal, ya que sufrimos y vivimos sin una razón de vivir o amar, sin motivación, alejados del afecto y la esperanza. 
Las consecuencias de los clavos fríos y mortíferos, que se encajan en nuestro cuerpo, nos acarrean daños permanentes al alma, corazón y mente.   Sin embargo, si entendiésemos que nuestro cuerpo es el santuario en donde reside Dios, entenderíamos la necesidad de conservarlo puro y sin manchas.
Si supiéramos esto, no nos adentraríamos a ocasionar invisibles flagelos al espíritu; la pérdida de la fe y los estragos irreversibles y dolorosos de no poder sanar las heridas y los anhelos del alma.  Sí percibiéramos esto, haríamos cambios para engrandecer la vida siempre en las alas del amor y los buenos sentimientos que sentimos por otros seres humanos.
Pero no somos Dios ¡ojo con eso! y no pensamos en el resultado de nuestras quemaduras y ampollas pegadas al corazón, y no ideamos los resultados dolorosos y no planeamos la vida de la forma que la planea Dios y tenemos incertidumbres aferradas a las emociones y a la felicidad.
El Señor no nos creó con el propósito de vivir encarcelados por nuestras pasadas irreflexiones, sino que nos dio vida, para que seamos fieles a Su imagen y semejanza, para ser dichosos en medio de la vorágine de la vida, fieles al amor y la misericordia.  Debemos sacar cada clavo de nuestro cuerpo, cuyos tajos se afilian cómodamente a nuestra piel para dar paso a la plenitud y a la transparencia de Dios en nuestra vida, a la armonía y el aroma de uno mismo.
    Y para que seamos cuerpos libres de las heridas que nos han causado nuestros innumerables pecados y tropiezos, debemos profundizar los hechos cometidos y sanarlos con la ayuda de Dios Todopoderoso.  En Cristo Jesús podemos olvidar nuestras culpas y, por medio del Espíritu reparador de Dios, hallamos la sanación y la paz del alma.  La cura es posible cuando entendemos que nuestro cuerpo es el templo de Dios.
“Extendí sobre ti el borde de
mi manto y cubrí mi desnudez;
me comprometí con juramento,
hice una alianza contigo.”

                           Ezequiel 16:8

3 comentarios:

  1. Es muy hermoso y profundo Noris. Muchas gracias!
    Un gran abrazo para ti, lleno de fe en Dios.

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  2. Una sanidad que siempre anhelamos!... pero no siempre nos animamos a mirar en lo profundo de nuestra alma porque tememos encontrar restos de "óxidos" ...nos resulta más simple culpar a otros de lo que nos sucede, cuando somos nosotros mismos (con la ayuda de Dios) los encargados de sacar de nuestra alma y espíritu TODO lo que estorbe el propósito que el Creador y Hacedor de nuestras vidas desea hacer con ellas...

    Grande tu reflexión, grande tu fe y tu espiritualidad,amiga.
    Te felicito.
    Ojalá cada día seamos más como Él quiere que seamos (por nuestro propio bien! y para celebrar aquí mismo y cada día el cielo prometido).

    Abrazo grande.
    Excelente texto.




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  3. Gracias por esta bella entrada.Ante todo debemos sabernos perdonar a nosotros mismos, somos afortunados que Dios nos ama.
    Solo el amor, borra los pecados.
    DIÁLOGOS CON LA CRUZ

    SOLO VEO A MI DIOS

    Mis ojos ven la mar, ven las montañas, ven su inmensa belleza en las cosas y mis ojos humanos y cálidos de amor lloran de alegría.
    Pero en mi vida interior, mi alma no ve la mar, no ve las montañas,
    No ve su inmensa belleza y mi alma no llora.

    ¿Qué ve mi alma? ¡Oh Señor Dios mío, os veo sólo a Vos!

    Cuánto desamor hay mi Señor en este mundo que nos regalaste,
    nos diste potestad sobre todo lo creado y ni tan no sabemos ver
    con los ojos limpios a nuestros hermanos.

    Mis ojos hoy lloran tal desventura y mi alma que sólo os ve a Vos desespera una y otra vez de estar atada con un simple cordón.
    hoy os doy gracias por haberme dado la palabra dulce, tierna,
    para saber consolar a cuantos llaman a mi puerta.

    Dadme la gracia de acertar ser consuelo espiritual,
    dadme los siete dones de vuestro Espíritu divino
    donde con vuestra ayuda sea un pañal para el triste,
    fuerza para el abatido, amor para la humanidad.



    Autor Sor.Cecilia Codina Masachs

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