Mi amiga es la alegría

Busco el amparo de los bosques cuando me siento que nada en la vida tiene remedio. Me pongo mi traje de gala y, a continuación, fijo mi vista al cielo y me doy cuenta de que Dios está verdaderamente cerca de mi.  Lo siento a mi lado en momentos iracundos, en tiempos cuando la inesperada ola de angustia toca a mi puerta.  Trato de compensar mi vida con las cosas que tienen valor, y recojo la tristeza desde fondo de mi alma y recibo a Dios apresurando una sonrisa.

Corro, observo y con intensidad me aferro a la alegría que hace la diferencia al comenzar el día.  Trato de atraer la vibración que el júbilo provoca en mí, al apreciar cada instante por más difícil que sea; recibiendo con agrado la intervención del Señor actuando en mi sentir.

Puedo decir que mi mejor amiga es la alegría, la que sustituye el estar en constante fluctuación entre la inestabilidad y la amargura.  Y la recibo contenta ¡dulce sensación de vida! deseando se quede conmigo recibiéndome al amanecer.  Nada es más importante que tener la alegría de mi lado, nada es más espectacular que sentirme iluminada por mi propia sonrisa. 

Sin el gozo de Dios —quien es mi amado acompañante— no podría dar paso a la risa, no podría ver el verdor de los valles en tiempos de sequía, de manera que mi alegría sería algo ilusorio, algo pasivo sin la ayuda de Dios, sería todo verdaderamente inalcanzable.

© Derechos Reservados/USA
Prohibida la Reproducción total o parcial,
por cualquier medio sin la autorización de la autora.

ISBN 1-257899-05-4