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La fe en nuestros tiempos
Por
eso les digo que todo lo que ustedes pidan en oración, crean que ya lo han
conseguido, y lo recibirán.
Marcos
11:24
En el orden espiritual, el hombre,
desde que tiene uso de la razón, ha estado en una posición de descubrimiento,
de aventura y de exploración. Es difícil
entender que estamos rodeados y salpicados por la sal de la tierra, de manera
que toda la victoria se debe a la inquisición del hombre por salir
adelante. Necesitamos indagar la razón
de la vida, las tenemos que palpar, pensar y descubrir para que formen parte de
ese deseo de reconocer el desbordante conocimiento de lo interno y externo que
nos rodea. Es evidente que el hombre siente
el impulso de asomarse al mundo para ver la vida desde otro ámbito más
esperanzador. Es admirable, que al
ponernos en contacto con el universo, —cada vez más complicado— sentimos la necesidad de desear más de la vida, de
mejorarla y hacerla más placentera por
medio de la fe.
Pero ¿Qué es la fe? ¿En qué
consiste? ¿Por qué no la podemos atrapar, pensar y descubrir? La fe es una
virtud sobrenatural que no tiene explicación, pero que sabemos es plenaria y
eterna a través de la creencia en Dios.
La fe es una de las tres bondades espirituales que nos declara Dios en 1
Corintios 13:13 y que dice así: Tres cosas hay que son permanentes: la fe, la
esperanza y el amor. Debido a la fe
conocemos a Dios llegando hasta Él en oración y los deseos de esperar con
certeza que "algo favorable va a suceder". La fe nace del alma, de la magnitud interna
del ser humano, del cimiento que sujeta a nuestros cuerpos en armonía a través
del Espíritu Santo.
La Palabra
de Dios nos dice en 1 Pedro 1:8-9 Ustedes aman a Jesucristo, aunque no lo han
visto; y ahora, creyendo en él sin haberlo visto, se alegran con una alegría
tan grande y gloriosa que no pueden expresarla con palabras, porque están alcanzando la meta de
su fe, que es la salvación.
Cuando
decimos: "Yo creo, Señor" le estamos dando autoridad a Dios para que
Él haga Su santa y divina voluntad.
Cuando decimos "Yo creo, Señor" estamos fortificando la confianza y la plenitud sagrada. Nuestro ser está abierto y dispuesto a
recibir a la misericordia del Señor y no
el clamor de la sociedad en donde vivimos.
Son muchas las cualidades
que representan la fe, porque, además de sobrenatural (porque es un sentir
intrínseco y milagroso) a la vez es firme, serena y compartible. A través de la
lectura de la Palabra, podemos apreciar el mensaje de salvación que nos
advierte que hay certitud y espera.
Por otro lado la
incredulidad del ser se convierte en desafío y resistencia, en soberbia,
orgullo y vanidad que no responde al llamado de Dios. El incrédulo duda la
presencia de Dios y no reconoce el cuño real puesto en el ser humano a la hora
del nacimiento. Entendamos que la fe no
es una alianza forzada sino un don y una corona para el creyente. Dice la
Palabra de Dios en Santiago 1:6 lo siguiente: Pero tiene que
pedir con fe, sin dudar nada; porque el que duda es como una ola del mar, que
el viento lleva de un lado a otro.
Lo que nos revela la fe es
justo, es para el bien de todos, para que la esperanza florezca, se contagie y se viva plenamente en un mundo
de paz y concordia.
La fe en nuestros tiempos
caduca, se pierde entre los teléfonos y los medios de comunicación; la nueva
moda de dejar a Dios a un lado no es como para aplaudirla o dejarla tristemente
olvidada en un rincón de la casa. La fe
hay que vivirla todos los días para que sea agradable a Dios, para la sanación
íntima del ser conforme a la ordenanza establecida de generación en generación
por Dios, nuestro Señor. La vida moral
consiste en ajustar los actos libres a la ley natural de Dios y ponerlos en
marcha, de tal forma que Su voluntad sea observada en espíritu y verdad.
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