ECO
DE DIOS
Ya que
broto de la raíz,
del
muro y los hombros,
he
de saber que escondo
mi figura
y mi desvelo
más
allá de la esperanza.
¡Oh!
partícula de claror
que
me alcanza: siembra
y terruño,
loma, rumor
de hoja
y sombra…
Nada
se pega a mi piel
como
la vida o el lugar
apacible
que armoniza
mi rostro
del tiempo,
de heroína
mañanera
y de
brisa.
Mis
hélices me llevan
al
pensamiento,
y a
la felicidad de hoy
o al
cultivo de nunca,
que
se extiende y dura
en
la nostalgia,
en existencia
de voz,
en
Salmo expresivo.
Es
mío su sonido raro,
indescriptible,
de voz,
de
himno con sentido,
raudo,
indefenso, eco
de
Dios.
Fue mi estrella eterna la que brilló
un día en plena escarcha de invierno,
astro que no ha dejado de ser rumor,
quien persiste conmigo en contentar
mi cielo ensangrentado.
Tú, mi estrella, que me dice nostalgias
que juegan a ser soles, bajo mi tienda
de luz, sensible a lo que destruye
y ensordece mi tierra.
Y no espera a que el día se pierda,
en el ocaso, para salir en su asomo
–luz de besos largos– de presencia
y terneza viva, de silenciosa dicha.
Astro silvestre, de colores pálidos;
figura de pan y queso
–siempre azul– amada luz
–siempre azul– amada luz
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