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lunes, 10 de octubre de 2011

Hablar de la vida es hablar de Dios

A mí siempre me gusta hablar de la vida: ella tiene mucho que decirme, contradecirme y enseñarme.  Siempre existe un argumento para entrar en debate con ella, discutir los pormenores de sus quebrantos y contrarrestar los senderos que ella misma pone frente a mí.  Yo hablo de la vida porque para mí la vida es Dios, y por ser Dios el proveedor de todas mis bendiciones hago un espacio amplio para Él todos los días.


Mis palabras saldrían sin resonancia si no hiciera el hincapié de llegar a muchas personas a través de la comunicación de mis columnas, por lo tanto, utilizo esta oportunidad tan maravillosa y de entera bendición personal, para traerles, una vez más, la sabiduría de Dios que, por supuesto, no es la sabiduría mía sino la de Él.
 Es escribir para Dios significa para mí una misión, una humilde extensión de Él para continuar lo que Él comenzó hace dos mil años.  Quizás resulte pretenciosa y orgullosa comparar mi obra con la de Dios; mas siento dentro de mí la necesidad de hablar de Él porque hay mucho que decir acerca de Sus incontables méritos como Salvador del mundo.
Pienso que si la persona no entiende que la vida es Dios, está fuera del contexto de la vida y es por eso que debemos detenernos para llevar el mensaje de amor y de misericordia que Él nos plantea todos los días.
 Es un poco complicado expresar estas ideas de la salvación, de la sabiduría y del amor sin que yo haya experimentado lo antes dicho.  Algunas veces me he preguntado si hubiese sido mejor desear hablar del Reino animal, de las plantas, de la cirugía plástica, de los hallazgos de la luna o de la última moda por decir algo entre tantas cosas.   Sin embargo hablar de los modistas y la tersura de la piel no me satisface en absoluto, escribir sobre los animales y la fauna me pasaría todo el tiempo investigando los pormenores de su habitad y al final no escribiría nada.
 Mas hablar de la vida es hablar de Dios, y es por ello que me siento confortable y trato de llegar al fondo de los sentimientos y extraerlos como se extrae la Palabra de Dios del Sagrado libro; para mí es encontrar la verdadera razón de existir, amar y expresar el don de la vida diciendo sí a Dios y al amor. 
Al asentir a todo lo antes dicho, no quiero dejar nada por expresar o dejar algo inconcluso para decir más tarde o no decir nunca. La vida da muchas vueltas y se dejan zanjas abiertas, huecos profundos, grietas duras sin pulimentar ya que no existe la comunicación entre los seres humanos.  Hoy yo les comunico la Buena Nueva, el mensaje de Dios, la misiva de vida y la esperanza.
 Pero para mí tiene sentido hablar de la vida, ya que ella es la me hace detenerme en medio de la vorágine diaria y los conflictos que se apegan a mí todos los días y, aunque hable bien de la vida, ella al igual me lanza por el aire y me tira al suelo y me derriba con sus aires confusos y deliberados.   No obstante Dios no me deja abandonada en la oscuridad ni en la penumbra, ni me tira en el suelo a llorar mi descontento, ni me amarra a Su altar para mostrarme Su hermosura. 
Dios acampa en mí y me toma en Su mano como la fruta lista para ser recogida y me coloca en una cesta para que no se dañe el frescor de la fruta de Su mejor cosecha.  Por eso hablar de la vida es hablar de Dios, de Su amor, Su misericordia y Su grandeza.  Hablar de Dios es estar en mi propio territorio y quedarme admirada de Su excelencia, Su poder indescriptible y de Su amplia bondad y amor.  Expresar Su increíble presencia en mi vida me encamina a inspirarme en Él, a iluminarme con Su luz y Su sabiduría de modo que he apreciado, una vez más, esa relación intensa que hay entre Él y yo.

Me he dado cuenta que Dios está siempre conmigo, y no es porque lo toque o le hable a los ojos sino porque sé que en los momentos de dolor y dificultad humana, de alguna forma, Dios me habla, me invita a ser parte de Su rebaño y me facilita el don de la expresión, de manera que lo hago con reverencia y sabiduría para Él y por Él.
 Mas no es justo hablar de mí, cuando tengo tanto que decir acerca de Dios y Su inmenso amor y compasión para cada uno de nosotros.  Estaría perdiendo mi tiempo si me propongo decir cosas absurdas y meramente humanas, banales y sin sentido cuando tengo tanto que decir de la grandeza de Dios y Su inigualable misericordia.
 Es por eso que hablar de Dios es hablar de la vida, porque ellos están entrelazados como la uva al sarmiento y la enredadera a un poste de madera. Con la ayuda de Dios se crean situaciones prósperas, se abren caminos intransitables, se mejoran las relaciones humanas, se unen las familias y se fortifica el amor. Porque el amor es lo que rige la vida, es un regalo, no se ofrece ni se compra, ni se presta si no que se entrega y se cuida como un tributo o un galardón de profundo valor.  El amor Dios lo bendice y lo siembra en el corazón de sus hijos para Su gloria y honor.  

“Mi corazón está dispuesto, Dios mío, ¡dispuesto
a cantarte himnos! Despierta, alma mía;
despierten, arpa y salterio; ¡despertaré
al nuevo día!   Salmo 109 1,2