VISITANTES: 36
Mujer al fin...
Cambias como el viento giras, despeinas y renuevas.
Como el río corres, como las aguas refrescas.
Como el horizonte te alejas, como el alba resplandeces.
Como mujer al fin amas, como mujer al fin creces.
Como el río corres, como las aguas refrescas.
Como el horizonte te alejas, como el alba resplandeces.
Como mujer al fin amas, como mujer al fin creces.
Noris Capín
Alegre siempre
“Alégrense los que buscan tu protección;
canten
siempre de alegría porque
tú los proteges. Los que te aman
se
alegran por causa tuya.”
Salmo 5: 11
Hemos sido creados por Dios para
amar, para ser felices y ser capaz de brindar a otros lo mejor de uno mismo. Hemos nacido para ser parte del universo y ser
luz y no para que la tristeza nos cubra con su manto patético y desolador.
Tenemos más que suficientes motivos en la vida para estar alegres y, sin
embargo, la mayoría de las veces caminamos mirando hacia abajo, tristes, dando
la impresión de que la congoja es la rige nuestra vida. Para poder ahuyentar las sombras
que se han hecho perennes en nosotros, tenemos que sacar todos los impedimentos
que desordenan ese don que nos convierten en personas sin alicientes y sin
esperanza.
Todo lo que Dios creó lo hizo
bueno y no hay nada que Dios haya creado que no sea de otra manera, por lo
tanto, el saber que Dios nos da a elegir entre estar alegres o tristes es una
decisión que debemos hacer por nosotros mismos.
La alegría es una actitud de
júbilo que se experimenta cuando algo extraordinario ha sucedido en nuestra
vida, algo que haya hecho la diferencia y nos ha dejado un efecto grato y
permanente en nuestro vivir.
Pero la alegría no es un
complemento que se adhiere a nuestro espíritu si no sabemos exactamente el
significado de esa postura que, en cierta forma, nos permite entrar en una
relación propia.
La alegría interna es la que se apropia
del alma: ese sentimiento que tiene que ver con el amor, la benevolencia, la
amabilidad y la misericordia; si no existen estos sentimientos anidados a
nuestro ser, la alegría no se auténtica ni se contagia a otros por más que queramos
ser instrumentos positivos en la vida de nuestros familiares y amigos.
El estar en esa apatía perenne
nos conduce a la desintegración de nuestro propio ser y, a medida que pasa el
tiempo, nos acostumbramos a cargar la tristeza dentro del corazón como una mochila llena de piedras y desencanto.
Es imposible estar alegres todos
los días, pero nosotros tenemos la capacidad de elegir nuestro estado de ánimo
con tan sólo dedicarnos a desviar la tristeza.
Definitivamente hay que detener el
paso para reflexionar cada instante de la vida por más insignificante que este sea. El no saber extraer esos momentos de
satisfacción y abrazarlos, es sencillamente no estar en conexión con Dios.
Estamos creados tú y yo para
sentir alegría, a ver más allá de esa fábula que nos leyeron cuando éramos niños;
sin embargo nosotros podemos ser una parte real de nuestra propia historia
cuando sabemos apreciar los momentos en donde somos las verdaderos protagonistas
y no las princesas y los príncipes de los cuentos de hadas.
Dicen algunas personas que la alegría es algo tan transitorio y es casi
imposible de alcanzar, sin embargo algunos filósofos dicen que la alegría
es un estado que se puede escoger con solamente cambiar las actitudes que rigen
al ser humano cuando se hace el intento de salir triunfantes por arriba de la
tristeza.
La alegría es un sentimiento que nosotros mismos podemos
mantener y cultivar cuando estamos en los caminos de Dios, — aunque, en ciertas
ocasiones, nos consuma el sufrimiento y el llanto—.
Tenemos que comenzar hacer ese
recorrido tomando cada momento como lo que es y no como nosotros lo queremos
ver. Precisamente por querer desviar
todo lo que está en desacuerdo con nuestros planes, nos da la impresión de que
nada es auténtico, válido o real.
Primeramente tenemos que enmendar
esa imagen negativa que llevamos cargando toda la vida: esa actitud pesarosa
que oscurece nuestra propia aureola por ser pesimistas y poco visionarios. El don de la alegría tiende a disolverse al
toque de la primera negación personal que nos planteamos. Cuando vamos mostrando esa apatía que nos
lleva a estar en un estado de antagonismo con nosotras mismas, debemos hacer un
hincapié para cambiar la tristeza por gozo.
La alegría—que debe ser permanente en nosotros— nos acarrea tremendas hostilidades cuando no permitimos
la sanación interna, con eso quiero decir, que si no nos comprometemos a
aliviar el dolor o a reponernos de los errores contraídos durante el curso de
la vida o a convalecer en nuestro propio incumplimiento, siempre vamos a estar diciendo:
“mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa” y
es por eso que sufrimos nuestras infracciones a tiempo y a destiempo y no nos damos
la absolución a nuestros propios errores y faltas.
Cuando no perdonamos a nuestros
deudores y enemigos también se esconde la alegría de nuestra vida puesto que
los resentimientos y los odios salen a relucir en los momentos de fragilidad
humana contra otra persona. El no poder
indultar a otros es vivir con una espina clavada en el corazón por
siempre. Es vivir amargado y mortificado
cada vez que el recuerdo de algún incidente del pasado nos perturba. Si no nos perdonamos a nosotros mismos no
somos incapaces de perdonar a otros —esa es la realidad.
Vivir con alegría es saber escoger esos momentos y revivirlos en el corazón,
es guardar en la profundidad del alma el calor de una sonrisa y una palabra
sanadora aunque se esté atravesando por momentos difíciles.
Un texto muy bello,
ResponderEliminarMe sugiere esto:
Fluye mujer
dentro y fuera
no te apaguen
no te duerman,
el camino a tu aire
en la mar sin frontera
Mujer
tu sombra
tu luz donde quieras
¡Eres mujer al fin Noris!
ResponderEliminarEn tus letras dibujas bellas imagenes
ResponderEliminarAbrazo