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Todo lo que escribo
necesita ser milagro;
la insólita ternura
de mi ser revienta,
el eco de mi sonrisa
va aumentando,
va girando al ritmo
del desvelo,
de la inspiración
que emerge
por las épocas
sin tierra y sin agua.
Todo lo que escribo
me sabe a ensueño,
a la bendita soledad
que es mi cómplice
en la nublada tarde.
Todo lo que escribo
se llena de nombres;
la higuera en donde
abandoné el rincón
aún se viste de azul
y no me reconoce.
La tarde nublada
es la negra túnica
que vestirá mi risa,
hasta la alegría,
y hasta que la senda
se acoja a un milagro,
rezo.
DEBAJO
DEL NIDAL
Tanto
correr
para
llegar
al
mismo dolor,
al
mismo trecho
en
donde sollozo.
El
rocío deslizó
mi
nombre al río
de las mil piedras,
y
murió el cantar
-que
no me rinde-
que
no declina
en
la bruma
ni
rueda debajo
del
nidal.
Tanto
preludio
regresa
pronto,
el
jarrón azul
se
divisó repleto
y tomó
su
bálsamo,
tal
como sería
al
evocarse.
Luego
volvió
a
verterse
mi
alma-agua
almidonada,
la
llovizna
del
lago
bajó
al monte
y
dando tumbos
caló
mi rostro.
HOY SOY TRISTEZA
No existe
soledad como la mía, de
oscuro
mirar y desde siempre.
Recuerdo todo lo que nace
tiene un tiempo,
y yo he sido un tiempo
que ha nacido dentro
del aislamiento que aplasta
y tiene capas de escarchas
y de frío lunar.
He estado en la penumbra
ya tantos años,
que dentro del desierto
ya me siento amiga: amiga
del camino, del silencio,
de la tierra y de la tristeza.
Sin más que expresar
me he convertido en
desierto,
en una larga hoja llena
de espinas,
en sangre hecha arena,
en colores sin nombres,
en el vestíbulo lejano
de la esperanza.
En el desierto he sido una
flor
marchita, madre y mástil,
puntal para los
desamparados,
percha que aguanta
los últimos cartuchos,
la espiga que crece
dentro del patio sin
protestar.
Oh no hay soledad
como la mía,
la única salvación es seguir
subsistiendo, prestada,
hasta el final de todos los
días.
EL MILAGRO
Todo lo que escribo
necesita ser milagro;
la insólita ternura
de mi ser revienta,
el eco de mi sonrisa
va aumentando,
va girando al ritmo
del desvelo,
de la inspiración
que emerge
por las épocas
sin tierra y sin agua.
Todo lo que escribo
me sabe a ensueño,
a la bendita soledad
que es mi cómplice
en la nublada tarde.
Todo lo que escribo
se llena de nombres;
la higuera en donde
abandoné el rincón
aún se viste de azul
y no me reconoce.
La tarde nublada
es la negra túnica
que vestirá mi risa,
hasta la alegría,
y hasta que la senda
se acoja a un milagro,
rezo.
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