Atención: Todas las obras del blog "ME ENCANTA SER YO" están protegidas por la propiedad artística de Noris Capin.
#NOR-172545 ®.

domingo, 9 de febrero de 2014

Desde mis alas

VISITANTES:50

DESDE LA ALTURA DE MIS ALAS: un cuentecillo auténtico

Es cierto que las niñas fantasean a primera hora de la mañana y juegan a ser hermosísimas mariposas.
Es también verdad, que las mariposas volaban distraídas por el pequeño matorral circundante a nuestra casa de verano, en Varadero: —un apartado lugar llamado "Punta Hicaco", en Cuba—. Aquel era un sitio lleno de encanto y diversión para las mariposas que volaban libremente al compas del aire y el sonido apacible de los caracoles reposando en la arena.
Allí ideé mi nombre: "Mariposa". Y ese nombre, en vez de alejarme de las espinas de los rosales y de la lluvia, me llevaba a recorrer la espesura y a oler las flores al despuntar el sol. Recuerdo que era dulce y noble mi volar por las palmas y las enredaderas del sitio: ¡todo lo veía perfecto desde mis alas de mariposa!: alas que conseguían elevarse creando un mundo de aventuras y de juegos.
Mi cómplice se llamaba Clavel ¡no sé de dónde saqué su nombre! pero sí sé que fue mi acompañante, mi amigo de retozo, el imaginario personaje de vuelo, mi enamorado que olía a pulpa de miel y a semilla de verde, verde limón.
Tenía yo alrededor de diez años cuando mi imaginada flor accedió a volar conmigo por las matas de higos y por las tuberías de una piscina que se hallaba sin agua, cerca del oxidado tanque tirado en el patio de mi hogar.
Invariablemente, alzamos vuelo todos los días por los desvíos solitarios de altas espigas que nos conducían a los pasillos largos de tierra rojiza.  Abrazados a la uva caleta,  que es la planta propia de los litorales arenosos y pedregosos de mi tierra, Clavel y yo disfrutábamos del tiempo a pleno sol.
Yo llevaba siempre a Clavel junto a mis alas y él se dejaba llevar por los pinos y las ramas de naranja, por las flores de cundiamor, al final del sendero, así como por los abedules en donde se hallaba una hamaca de una solitaria niña.  Contento de volar conmigo, Clavel disfrutaba de las bellacadas mías uniéndose a mí como dos buenos amigos al juego de pasear por el aire.
Y volábamos sobre los pinos de resinosa consistencia que se alzaban como verdes sombrillas sobre la espesura, previniendo que el sol, con sus rayos ultravioletas, traspasasen mis alas de mariposa. Los árboles y las orquídeas que se adherían al tronco de los árboles, parecían lienzos sacados de un cuadro de Rembrandt, con su tupida pared de intensos tonos dando una especie de afinidad con la plenitud que veíamos Clavel y yo desde  el cielo.
En nuestro animoso recorrido, volamos sobre una pequeña montaña, que era tan solo una loma raquítica, como la hierba reseca de sol, sofocante, pálida y conmovedora como el hambre de los niños cubanos del lugar. Diminuta altura pegada a la tierra, parecida a los hongos que mueren antes de crecer por la falta de agua y luz. No obstante Clavel y yo reíamos de contagiosa alegría.
Más allá de los álamos y las blancas salinas, encontramos un tesoro nuevo todos los días de cáscaras y erizos, de cortezas rayadas de cal y heno, de iguanas y tortugas. Desde nuestro lugar de ensueño, pudimos ver el centellar furioso de un relámpago caer a lo lejos sobre las copas de los árboles. Eso nos dio mucho miedo.
Desde la casa se veía el mar y desde allí, frente las olas, se cruzaron mis alas al mirar al horizonte, arañada mi pata trasera, separados mis segmentos en diez partes iguales, y dobladas mis antenas, caí en la arena sin respiro mirando la luz del otro lado de la vida.
Haciendo una pausa, y limpiando mis hélices del salitre fresco, de mar y tristeza, Clavel y yo seguimos nuestro rumbo en una alfombra de cilantro llena de flores nuevas.  Allí nos confundimos con las frondas nacidas de la tierra:  alelíes, orquídeas, jazmines y flores silvestres del guayabal.  
Al advertir el emocionante suelo de la patria y su flora platanera, nos dimos cuenta, de que la vida tenía que ser eso: flores y mar, árboles y arena, luna y sol y nada más. !Que tontos fuimos Clavel y yo, amigo del alma!
Las veces que volamos entre los árboles y las praderas, tropezamos con algunos cocoteros que tenían un único punto de crecimiento llamado cogollo, que es por donde van surgiendo las hojas nuevas siendo estas las ramas vivientes que se unen a la alegría de la vida, a la felicidad y a la inocencia de nuestros días de vuelo.
Pero la vida fue falsa, aquella señora vida que encontramos un día entre los árboles, como una diosa sentada en el centro del rocío, y nos jugó una mala pasada y nos condujo a querer remontarnos a otros paraísos, a reinos incomprensibles de hielo, a edenes de abundancia, sin árboles y sin albas y sin color.
El reto de los años quebró la fantasía que, con el tiempo, rasgó los lienzos de las irrealidades de las niñas; Clavel acabó siendo un sueño, una evocación asomada desde la espuma del mar y el silencio; aunque siempre, su presencia amada nunca se la llevará el viento y, su memoria, de oloroso clavel, vivirá conmigo siempre.
Y todo ocurrió dentro del afecto, lleno de inocencia, que emanaba de la verdadera espontaneidad del vuelo y la brisa. Como dos buenos amigos nos despedimos en esos días de inigualable candor, dejando atrás un revoloteo de ilusiones sobre mis alas de mariposa.

© Copyright
noris capin

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Del blog Me encanta ser yo, gracias por su visita