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miércoles, 2 de octubre de 2013

Mujer al fin.

VISITANTES:  36
 

 Mujer al fin...

Cambias como el viento giras, despeinas y renuevas. 
Como el río corres, como las aguas refrescas.
Como el horizonte te alejas, como el alba resplandeces.
Como mujer al fin amas, como mujer al fin creces
.

Noris Capín
 
 
 
Alegre siempre

 “Alégrense los que buscan tu protección;
                                                      canten siempre de alegría porque
                                                       tú los proteges.  Los que te aman
                                                           se alegran por causa tuya.” 

                                                                                   Salmo 5: 11

Hemos sido creados por Dios para amar, para ser felices y ser capaz de brindar a otros lo mejor de uno mismo.  Hemos nacido para ser parte del universo y ser luz y no para que la tristeza nos cubra con su manto patético y desolador. 
Tenemos más que suficientes motivos en la vida para estar alegres y, sin embargo, la mayoría de las veces caminamos mirando hacia abajo, tristes, dando la impresión de que la congoja es la rige nuestra vida.  Para poder ahuyentar las sombras que se han hecho perennes en nosotros, tenemos que sacar todos los impedimentos que desordenan ese don que nos convierten en personas sin alicientes y sin esperanza. 
Todo lo que Dios creó lo hizo bueno y no hay nada que Dios haya creado que no sea de otra manera, por lo tanto, el saber que Dios nos da a elegir entre estar alegres o tristes es una decisión que debemos hacer por nosotros mismos.
La alegría es una actitud de júbilo que se experimenta cuando algo extraordinario ha sucedido en nuestra vida, algo que haya hecho la diferencia y nos ha dejado un efecto grato y permanente en nuestro vivir. 
Pero la alegría no es un complemento que se adhiere a nuestro espíritu si no sabemos exactamente el significado de esa postura que, en cierta forma, nos permite entrar en una relación propia.
La alegría interna es la que se apropia del alma: ese sentimiento que tiene que ver con el amor, la benevolencia, la amabilidad y la misericordia; si no existen estos sentimientos anidados a nuestro ser, la alegría no se auténtica ni se contagia a otros por más que queramos ser instrumentos positivos en la vida de nuestros familiares y amigos.
El estar en esa apatía perenne nos conduce a la desintegración de nuestro propio ser y, a medida que pasa el tiempo, nos acostumbramos a cargar la tristeza dentro del corazón como una mochila llena de piedras y desencanto.
Es imposible estar alegres todos los días, pero nosotros tenemos la capacidad de elegir nuestro estado de ánimo con tan sólo dedicarnos a desviar la tristeza. 
Definitivamente hay que detener el paso para reflexionar cada instante de la vida por más insignificante que este sea.  El no saber extraer esos momentos de satisfacción y abrazarlos, es sencillamente no estar en conexión con Dios.
Estamos creados tú y yo para sentir alegría, a ver más allá de esa fábula que nos leyeron cuando éramos niños; sin embargo nosotros podemos ser una parte real de nuestra propia historia cuando sabemos apreciar los momentos en donde somos las verdaderos protagonistas y no las princesas y los príncipes de los cuentos de hadas.
Dicen algunas personas que la alegría es algo tan transitorio y es casi imposible de alcanzar,  sin embargo algunos filósofos dicen que la alegría es un estado que se puede escoger con solamente cambiar las actitudes que rigen al ser humano cuando se hace el intento de salir triunfantes por arriba de la tristeza. 
 La alegría es un sentimiento que nosotros mismos podemos mantener y cultivar cuando estamos en los caminos de Dios, aunque, en ciertas ocasiones, nos consuma el sufrimiento y el llanto.
Tenemos que comenzar hacer ese recorrido tomando cada momento como lo que es y no como nosotros lo queremos ver.  Precisamente por querer desviar todo lo que está en desacuerdo con nuestros planes, nos da la impresión de que nada es auténtico, válido o real.   
Primeramente tenemos que enmendar esa imagen negativa que llevamos cargando toda la vida: esa actitud pesarosa que oscurece nuestra propia aureola por ser pesimistas y poco visionarios.  El don de la alegría tiende a disolverse al toque de la primera negación personal que nos planteamos.   Cuando vamos mostrando esa apatía que nos lleva a estar en un estado de antagonismo con nosotras mismas, debemos hacer un hincapié para cambiar la tristeza por gozo.   
La alegríaque debe ser permanente en nosotrosnos acarrea tremendas hostilidades cuando no permitimos la sanación interna, con eso quiero decir, que si no nos comprometemos a aliviar el dolor o a reponernos de los errores contraídos durante el curso de la vida o a convalecer en nuestro propio incumplimiento, siempre vamos a estar diciendo: “mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa” y es por eso que sufrimos nuestras infracciones a tiempo y a destiempo y no nos damos la absolución a nuestros propios errores y faltas.
Cuando no perdonamos a nuestros deudores y enemigos también se esconde la alegría de nuestra vida puesto que los resentimientos y los odios salen a relucir en los momentos de fragilidad humana contra otra persona.  El no poder indultar a otros es vivir con una espina clavada en el corazón por siempre.  Es vivir amargado y mortificado cada vez que el recuerdo de algún incidente del pasado nos perturba.  Si no nos perdonamos a nosotros mismos no somos incapaces de perdonar a otros esa es la realidad.
Vivir con alegría es saber escoger esos momentos y revivirlos en el corazón, es guardar en la profundidad del alma el calor de una sonrisa y una palabra sanadora aunque se esté atravesando por momentos difíciles. 

jueves, 5 de septiembre de 2013

Danza, danza...

Visitantes: 118


Danza en el Espíritu de Dios
¡Alábenlo con toques de trompeta! ¡Alábenlo con arpa y salterio!
 ¡Alábenlo danzando al son de panderos!   
Salmo 150: 3-4

 
Cuando pensamos en el baile, lo primero que nos viene a la mente es una fiesta o una obra de teatro musical ¿Cierto? Pensamos que el hecho de bailar sólo les pertenece a los artistas y a los jóvenes.  Pensamos entonces que el acto de bailar es para ejercitarnos o pasarlo bien moviendo las caderas y los hombros; girando como locos alrededor de una pista.
Adivino lo que están pensando ustedes, amigos, cuando les hablo acerca de la danza en el Espíritu. No, no es una cuestión de invitarlos a ningún baile o acto cívico en donde danzaríamos todos al compás de nuestra música regional o el último paso de moda.  Nada de eso.
Sé también pensarán –algunos de ustedes– que ya son mayores de edad y que su capacidad de caminar –y menos de bailar– es altamente limitada.  Sienten que la inhibición toma posesión de sus mentes y, en desconfianza, rechazan la idea de dar un sólo paso para el disfrute de sus mentes, cuerpos y espíritus. 
Pues yo le voy a revelar algo extraordinario que ustedes no tienen idea de que se trata y, precisamente, quiero invitarlos a danzar.  Pero no es un baile para lucirse ni alardear en una reunión con su pareja, o resplandecer frente a las amistades ni tampoco para ostentar un nuevo vestido o calzado.  Nada de eso.  Me refiero a danzar en el Espíritu.  ¡Sí, en el Espíritu de Dios!...así es de simple, así de maravilloso.
 
Puedes danzar en el Espíritu de Dios en cualquier momento o a cualquier hora del día. Puedes avivar la gracia de la danza con tu cuerpo, con tus ojos, con tus brazos y los pies.  Es muy sencillo. La danza es un idioma que consiste en alzar las manos y mover los pies por medio de los movimientos rítmicos a un acompañamiento musical, dejando que el Espíritu de Dios sea quien dirija la danza durante la oración.
 
Danza con el corazón y la mente, con los ojos cerrados, con los brazos abiertos –como mirando a Dios– dando la bienvenida al gozo a través de todo tu cuerpo.  Tu alma puede danzar cuando aplicas la justicia y la misericordia a otros, en el trabajo; cuando las situaciones precarias dan un giro opuesto a la danza del Señor; cuando las tristezas y preocupaciones se convierten en un “baile” desleal, hay que hacer un alto.  Pues como sabes, hay una diferencia entre la “danza y el baile”.
 
El cuerpo que es el que dirige la danza, déjate llevar por el Espíritu de Dios y la música espiritual, siendo esto un ejercicio de adoración y alabanza a Dios.  ¿Acaso ignoras que vuestro ser es templo del Espíritu Santo? y como tal debes dejar que se exprese a través de cada miembro de tu cuerpo, con la simplicidad que estimula a dar cada movimiento en ofrenda a Dios.
 La danza Bíblica, es de por sí una expresión profética de las Palabras que leemos en el Evangelio; lo podemos encontrar, por ejemplo, en 2 de Samuel  Capítulo 6, Versículo 14: “David iba vestido con un efod de lino, y danzaba con todas sus fuerzas,  y tanto él como todos los israelitas llevaban el arca del Señor entre gritos de alegría y toque de trompetas.
Y yo entiendo la danza del Señor, la danzo, cuando la música palpa los cimientos de mi alma. Es una sensación de paz y plenitud que se siente en el cuerpo cuando se deja una llevar por el amor de Dios. 
Es un compromiso de alabanza, de restauración integral, de bienaventuranza, de recuperación íntima, de salvación y amparo.  Danzar en el Espíritu de Dios te dará la oportunidad de orar por medio de la mente y, en obediencia, le ofrecerás a Dios lo mejor de ti.  Estar en la danza de la vida, a través del Espíritu, te dará honra, honor, paz y consuelo y, en recompensa, la vida eterna.
 
Dice la Palabra de Dios en el Salmo 33 lo siguiente: “Aclamen al Señor, hombres buenos; en labios de los buenos, la alabanza es hermosa. Den gracias al Señor al son del arpa, cántenle himnos con música de salterio, cántenle un nuevo canto, ¡toquen con arte al aclamarlo!
No temas al danzar en el Espíritu, la Gracia de Dios hará que tus pasos sean libres de toda inhibición, de toda renuncia, de toda inmolación, dándote entrega, consagración, triunfo, certeza y bendición en abundancia.  Prueba a danzar en los brazos de Dios y no te quedarás defraudado.
 
“Alaben su nombre con danzas, cántenle himnos al son de arpas y panderos. Porque el Señor se complace en su pueblo; da a los humildes el honor de la victoria” Salmo 149: 3,4.